30 de agosto de 2013

Hoy, te escribo adiós

Hoy, te escribo sólo a ti,
para decirte que me volviste loco,
para darte las gracias por todo,
para dejar claro que fue el principio de un buen fin.

Porque juntos creamos algo más que unos besos:
juntos vivimos un poema
bello, breve... un poema a su manera;
un poema que dejó ardiendo mis huesos.

Pero ahora tenemos los momentos contados.
Momentos, que no días
ni segundos que cuento en maravillas,
contigo el tiempo está sobrevalorado.

Que te echaré de menos,
a tí, a tus caricias, a tus abrazos,
al sabor de una sonrisa en tus labios,
a los días estivales de este sueño.

Y que si te vuelvo a ver, pues bien
porque podré comerte a besos otra vez.
Y si no, pues te sonrío y digo "adiós",
porque este poema fue bonito mientras duró. 

Manu Riaño.

26 de agosto de 2013

No es lo que quiero.


No. Recordarte no es lo que quiero.

Yo quiero volver a tener tu cuerpo.

Quiero mover el mundo entero

Antes que enterrar todo lo que siento en unos versos. 


Que me olvides es mi temor más fiero.

Sí, me fui yo, porque tú me dejaste ir

Dejé atrás todas mis ganas de vivir

Pero no me arrepiento.


Porque yo sé que me olvidarás

Que tal vez un día me recuerdes

Pensarás en mí, en nuestro último “para siempre”,

como yo en todos los besos que no me llegaste a dar.


Y sí, quizás algún día lleguemos a vernos

Pero tú ya habrás conocido a alguien.

Le sonreirás, como solías sonreírme antes

Y yo pensaré en otro nombre al escribir mis versos.


Pero eso no es lo que quiero

Solo quiero que si alguna vez oyes hablar de mí,

Recuerdes todos los abrazos que no te di,

Los que dejé escritos en un papel

Los que ambos dejamos perder

Yo por no quedarme

Y tú por dejarme correr.


Pero no, nada de esto es lo que quiero

Así que, desde hoy, abandono

Hoy dejo este sufrido amor monótono.

Y desde hoy, no te escribiré más versos.

Manu Riaño

25 de agosto de 2013

Todas las cartas de amor son...

Un muy feliz domingo a todos, el único día que no tenéis nada mejor que hacer que echarle ibuprofeno al café y dejaros caer contra el mueble más cómodo o cercano que tengáis (en mi caso, hoy ha sido el armario).
No os voy a mentir, no tengo nada que decir. Me inspiro para inspiraros a vosotros al fin y al cabo, así que escribiré por necesidad. Yo lo necesito, y hoy será de seguido (muy dadaísta todo).

Hay mañanas que me despierto rezando para que llegue la tarde, igual que hay veranos que me quedo esperando algo de lluvia y algo de otoño. Son unos días en los que te despiertas ligeramente mareado, sin saber dónde estás o quién narices eres, te olvidas de cómo funciona tu cuerpo o de cómo levantarte, y al diablo con tu vida.
Olvidas obviedades y te encuentras con que recuerdas estupideces. Odiosas mañanas.
Te recordé a ti (¡qué novedad!). Se me mezclaron los pensamientos y los sentimientos otra vez. Son cosas que pasan. Pero hoy pensé algo realmente gracioso: ¿quién narices eres tú?
Ignoro la respuesta y me es indiferente. Lo que me hizo gracia fue pensar en cómo era yo. Si era, (o fui, vete tú a saber cuánto tiempo ha pasado ya) o pretendía ser. O tal vez, querías que pretendiese ser, o yo quería que así fuera. No sé, podría pasarme la mañana entera pensándolo y la conclusión puede ser tan absurda que ni yo la entendería. Bueno, en verdad yo no suelo entender las cosas. Soy más de interpretar. Interpretar, sí, como quien interpreta una obra de teatro o la moraleja de un cuento. Mira tú, acabo de llegar al quid de mi perdición y sigo sin entender estas mañanas ni saber quién eres.
Escribo esto y me estoy dando cuenta de que parece una carta. Sobre la marcha. Me parece divertido. Precisamente, ayer estuve leyendo las cartas de amor de Pessoa, esas en las que dice "Todas las cartas de amor son, naturalmente, ridículas". Razón no le falta. En una de sus cartas a Ophélia (concretamente, la 36) me acordé de ti. Decía así:

<<No sé lo que quieres que te devuelva -cartas o qué otras cosas.Yo preferiría no devolverte nada y conservar tus cartas como memoria viva de un pasado muerto, como todos los pasados; como una cosa conmovedora en una vida, como la mía, en la que la progresión en los años corre pareja a la progresión en la infelicidad y en la desilusión.

Te pido que no hagas como la gente vulgar, que es siempre insignificante; que no me vuelvas la cara cuando pase a tu lado, ni tengas de mí un recuerdo en el que quepa el rencor. Quedemos, el uno ante el otro, como dos conocidos de la infancia, que se amaron un poco cuando niños, y aunque en su vida adulta sigan otros caminos y tengan otros afectos, conservan para siempre en un chamizo de su alma la memoria profunda de su amor antiguo e inútil>>.

Permíteme hacer una pausa, pues se me ha caído el café mientras escribía esto. Como te decía, razón no le falta, y aquí estoy yo, escribiendo una carta ridícula a un destinatario inexistente, escribiendo como si quisiera dirigirme a alguien, como si quisiera dirigirme a ti. ¿Y quién eres tú? Para que mentir, ni yo lo sé. Probablemente, según firme esta carta, la escribiré en mi portátil, y luego la romperé y la quemaré para que no se vea ni el café, ni el agua salada con la que se manchó.
Y aquí estoy, llegando a un final en el que parece que he escrito sin haber escrito nada, sin una conclusión y, como ya he dicho, sin nada. No soy intérprete, no os voy a sacar las conclusiones yo. Que interprete quien quiera intepretar. Que traduzca quien quiera traducir. Que entienda el que quiera entender.
Escribo por amor a la escritura, y todo escritor necesita una idea. Y yo te tengo a ti, a la mujer del Romanticismo que desaparecía cuando creías tenerla. La que en verdad, no existe.


Manu.

 [Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas]
 -Fernando Pessoa.

18 de agosto de 2013

Sleep is for the week.

"Sleep is for the weak".
No. Dormir no es para débiles. Dormir es para la semana.
Poder permanecer en un remanso inerte por inercia durante un puñado de horas cada día. No aspiramos a mucho más: nos levantamos y esperamos sentirnos realizados ejecutando una cadena de acciones completamente irrelevantes. Y lo peor llega en los días estivales, cuando aún siendo libres, la inercia nos tiene enjaulados en el pasado, limitando nuestras acciones nerviosas y motoras.
Sí, podemos caminar, dar un par de pasos y precipitarnos contra el sofá, hasta que nuestro estómago tome el control de nuestro cuerpo y la necesidad de nutrirnos sea insoportable (sólo entonces, nos levantaremos y daremos uso de nuevo a nuestras piernas). Y tal vez, sólo tal vez, tengamos la posibilidad y oportunidad de salir al exterior por voluntad propia. Y aquí llega el daño que sólo ocurre entre semana: no queremos. Nuestra voluntad ha sido drenada por el polvo acumulado en el sofá y derretida por el calor de las sábanas de nuestra cama. No nos apetece, estamos cansados (el cansancio producido por la improducción de no hacer nada, todo un verdadero misterio). 
Sin remedio alguno, omitimos cualquier posibilidad de movernos más de lo necesario, para que luego, en la atmósfera nocturna de nuestra habitación, nuestro cuerpo nos regaña por no haber hecho absolutamente nada y se vengue de nosotros inyectándonos una sacudida magmática, haciendo que la sangre llegue hasta el cerebro (por fin) y tengamos una erupción de ideas, desatando nuestro adrenalina y, cómo no, impidiendonos dormir. Eso sí, para que al día siguiente nos levantemos con la cabeza fría e inerte.
... ¿Verdad?

No. Mal. ¡Mal! ¡No me digas que te has sentido identificado! ¡Maldita sea!
Apuesto, querido lector, que eres esa clase de individuo que el día que le sacan de casa, bosteza ampliamente y dice estar cansado. ¡Pero despierta, merluzo!
Maldito sea el síntoma de agosto, todos los días parecen domingos y no hay quien os despierte. Os consumís a vosotros mismos echando raíces en vuestro salón, ¿y aún así decís que disfrutáis del verano?
Son trece los días que quedan para que empiece la melancolía otoñal de septiembre, ¡y vosotros ahí tirados! No le permitáis a vuestro cuerpo el lujo de controlaros ¡No os dejéis! 
¿Dónde quedaron las aventuras de volver en el primer tren de la mañana y tomar el desayuno en él? Cansados y sucios, pero con una sonrisa de oreja a oreja.
¡No! ¡No me vale la excusa de la escasez gente! ¡Mentira! No hay gente más necesaria que nosotros mismos con ganas de conocer. ¡Que despiertes, te digo!

Desde pequeño siempre he tenido miedo de quedarme atrapado en un mismo lugar, de que la monotonía controlase mi vida y no hubiera forma de escapar. Por este motivo, siempre he tenido escondida una mochila en un lugar seguro y cercano a la puerta, sabiendo que el día que la monotonía tome el trono absolutista en estas cuatro paredes, yo abdicaré y me exiliaré, donde sea, al lugar donde se reúne la gente que siente la misma necesidad de escapar, que busca un mechero para encender el cuerpo altamente inflamable en el que están, en forma de adrenalina y sentimientos reprimidos.
Donde quiera que estén, porque yo sé que existen. Lo sé yo, y lo sabes tú, lector. Personas que son incapaces de respirar tranquilos porque la necesidad de correr y conocer les está bloqueando los pulmones, personas que necesitan tener el horizonte como su única casa y vivir. 
Yo soy de esas personas. Y tú. Tú también. Porque sé que en algún momento tu cuerpo ha sentido un ligero cosquilleo mientras leías esto. Un cosquilleo que te incita a conocer y descubrir. Sí. Lo has sentido. Y si lo has sentido, eres de los nuestros.

¡Ah! Maldito otoño, símbolo de la vejez, y agosto, el úlimatum juvenil. 
No escaparemos vivos de esta vida, y ese es y siempre será el quid de vivir.
Y no, no me voy a pasar la vida quieto, esperando a que la brisa otoñal me susurre siempre al oído el tempus fugit

Que no. No. ¡No! ¡No me voy a quedar quieto esperando a Godot! ¡Que Godot me encuentre si puede! ¡Y que me encuentre cansado, sucio y con una gran sonrisa perdido en algún lugar del mundo!

¡Despierta, maldita sea!

Manu

13 de agosto de 2013

Café en línea recta.

Hoy, no sé.
Me he despertado saludando al café,
y al tercer sorbo ya no sabía ni qué hacer.
Hoy quería vivir en verso, no sé porqué.
Incoherente de mí, apuré la taza: lo intenté.
No creo en poesía, me supera como arte:
un arte que roza el desastre.
Ni divido los versos, ni hago estrofas...
Me desespero, se escapan las horas.
Pero hoy me era fácil:
chapuzas y muy sencillas.
El ritmo asonante lo marcaba el lápiz,
y las rimas aparecían solas, distraídas.
¿Y lo mejor de pensar en poesía?
Sentir que sientes lo perdido.
Que se te queda una sonrisa
cuando todo parece un sinsentido.
Pensar es sórdido,
e imaginar de inocentes.
Pensar que imaginas es una incoherencia.
Imaginar que piensas es demente.
Prefiero imaginar,
es mejor vivir de un sueño.
El engaño está presente,
pero en la poesía ese es todo nuestro empeño.
Hoy mismo, distraído,
imaginé haberte abrazado.
Debo de tener el corazón roído.
Fue una brisa la que abracé, sin embargo.
Y de tanto imaginar,
solo pensaba en ella,
pensamientos que llegaban a quemar.
Sabe que en mí ha dejado huella.
O no, no lo sé.
No, no tiene nada que saber.
Sólo fueron besos de días estivales:
no tienen nada que ver.
Seguí dejando volar mi imaginación,
estando cerca el décimo trago
me faltaba algo de inspiración,
escribiendo, sabiendo sin saber qué hago.
Maldita sea, la poesía empieza desde el vacío
llena de problemas de solución irreal
que acaban por tomar un desvío,
dejando verdades, sueños, y amor leal.
Tal vez necesitaba un poco de bohemia, de vida.
Café y estrofas nocturnas,
como artistas que en su día
solo escribían versos y letras sucias

Algo de amor por el silencio,
que solo se oiga el crepitar del cigarro encendido.

No, no es eso. Discrepo. Miento.
Yo quiero el amor que tú nunca me has dicho.


Manu
[We're just afraid of living life like we're loved and in love and alive to all the things we could be if we just believed that life is too short to be lived without poetry] -Frank Turner.

2 de agosto de 2013

La actividad física frente a la actividad emocional

Una de las cosas más metafóricamente tristes que puedo llegar a ver es la niebla abalanzándose poco a poco sobre nosotros: monótona, ligera, espesa, rodeándote dulcemente y meciéndote entre sus etéreos brazos, como si quisiera dormirte; hacerte creer que te pesa la respiración, dándote suaves empujones de humedad en la cara y cargándonos los pulmones. Y por mucho que queramos hacer, desembocamos en una actitud somnolienta y casi cabizbaja. Me pregunto si todos nosotros nos sentiremos así cada vez que esta cortina nos separa del resto.
Y ha sido hace un par de noches cuando me he dado cuenta de que llevo días con niebla en la cabeza. Y he descubierto que mi mayor motivación al despertarme, era volver a dormirme. El silencio me estaba dejando sordo, y la soledad me estaba agobiando por su tamaño. Los relojes me miraban con una sonrisa taimada y mi pulso latía indiferentemente. 
Fue cuando, arañando un poco mi estado anímico, encontré las velas de mi inspiración derretidas y sin mecha para encenderlas. Mi vida parecía estar detenida en una enferma monotonía y en una monótona enfermedad. Me dormí en una cama llena de niebla, respirando niebla, sintiendo niebla y pensando en niebla.
Pero hoy al abrir los ojos, me he despertado con la sangre hirviendo, he dado el puñetazo más fuerte que me ha sido posible al reloj más cercano y me he puesto en pie con una llamarada estallándome en el pecho y calentándome cuerpo.

Y todos hemos vivido esa sensación. Viviendo en lo más profundo de la desesperación con una fatiga inexplicable, sin saber qué querer ni qué hacer.
Ese es el momento en el que necesitamos hacer algo, movernos, tener ideas, estar ocupados, estar despiertos. Porque si no nos movemos, si estamos quietos, si pensamos, si no despertamos... caemos en el abismal sueño de las emociones, donde chocamos contra sentimientos que nos rompen y poco a poco nos van oprimiendo el pecho con un abrazo gélido, casi hasta el punto de sentir la mano de la Dama del Alba acariciando nuestro corazón.
Y llegará el día en el que vivamos el incontrolable deseo de levantarnos y darle una oportunidad a la vida, por no pensar, por no sufrir. Debemos empezar a caminar aunque no tengamos destino ni origen. Imaginarnos que el mundo es un cuadro y que nosotros somos un pincel, como si quisiésemos pintar un lienzo que sólo se vea desde la Luna. Caminar, sabiendo que cada paso cicatriza la herida cuyo paradero desconocemos, pero que nos sacude la cabeza, la sentimos en nuestro pecho y hace que nos tiemblen las piernas. 
Movernos, desplazarnos, como si fuesemos muñecos que actúan por inercia, muertos por dentro. Muertos hasta que un día nos paremos y descubramos que la herida ha desaparecido, dejando una cicatriz en forma de recuerdo.
Y hasta entonces, estaremos muertos. Muertos, pero no muriéndonos poco a poco en nuestra tortura. Y entonces, será cuando pensemos todo esto con una sonrisa.

Y hoy, un muerto en una larga senda hacia su recuperación, os saluda sonriente.
Manu.