7 de abril de 2013

La ironía en su esplendor literario

Muy buenas a todos nuestros fieles lectores. Hoy me voy a tomar la libertad de escribir una pequeña crítica a unos cuantos acontecimientos que he estado observando. Todos sabemos que la literatura y la cultura están ahogándose en el abismo del olvido, y como suele pasar, hay días en los que estallo y exijo un mínimo respeto por ellas; aunque sean unos cinco minutos de silencio con una lectura. 
Café nocturno en mano, y vamos allá.

Estamos ante el principio del fin de la Literatura, tal y como la conocemos. Le estamos otorgando un significado completamente diferente al de su origen y olvidando todo lo que se sabía de ella (y he de decir que Literatura viene del latín littera, litteras, que significa letra, escrito, texto o carta). Todo ello, amigos míos, gracias a las ventajas que nos ofrecen los avances tecnológicos: una Literatura en la que no son necesarios los libros. 

Actualmente, parece ser que si queremos conocer algo sobre la literatura española a principios del siglo XX, es más fiable una escueta opinión anónima del divino Internet, que la lectura de los libros del propio Miguel de Unamuno. Los jóvenes ya no tienen interés en estudiar si no es ante una pantalla con sus amadas redes sociales, su necesario blog para poder expresarse, y otras tantas cosas en las que emplear su tiempo y agotar su vista.
Los libros ya no parecen tener importancia en su vida, al igual que la cultura, acompañada con la -al parecer- obvia pregunta de "¿Para qué narices te va a servir eso en la vida?". Temo que en un par de décadas ningún estudiante sepa decir cuántas Repúblicas vivió España; o peor aún, que duden si Julio César existió o no (y es que ya se han dado estos casos reales en ciertas universidades). 

Alardeamos de nuestros avances tecnológicos olvidando a nuestros fieles libros... Apuesto a que por cada iPad o Smartphone nuevo y mejorado, hay una centena de jóvenes menos que ignoran cómo se escribe la palabra "alhambra" -sin utilizar Google, por supuesto. Los libros desaparecen y en muchos casos nos quedamos con un mero resumen o interpretación que alguien -quien dudo que lo exprese con certeza- ha dejado amablemente en Internet.

¡He aquí una gran ironía! Literatura, que significaba lo escrito, los textos, las cartas, las letras... ¡sin libros! Y, lejos de los escritos originales, con las infinitas interpretaciones está siendo modificada en la red cada día. Amigos, tengo esa ya conocida sensación de que 1984 empezó hace tiempo y no hemos abierto los ojos aún.


¿Merece la Literatura desaparecer de esta forma? ¿Deberíamos alegrarnos por tanto ordenador y por tan poco libro? Me gustaría obtener respuestas a estas preguntas, no sin antes ser honesto y confesar que un servidor tiene un Smartphone, un ordenador portátil nuevo y que ha recurrido muchas veces a la lectura mediante el ordenador. 
¿Hasta que punto es correcta esta situación, pregunto a nuestros lectores?


Manu

"¿No te das cuenta de que el objetivo último de la neolengua es reducir la capacidad de pensamiento? Al final lograremos que el crimental sea literalmente imposible, porque no habrá palabras con las que expresarlo. Cualquier concepto que alguna vez haya existido se expresará con sólo una palabra, con su significado rigurosamente definido y todas las acepciones secundarias eliminadas y olvidadas. Ya estamos a punto de conseguirlo, pero el proceso continuará mucho después de que tú y yo hayamos muerto. Cada año que pasa habrá menos palabras y los límites de la consciencia serán cada vez más estrechos. Por supuesto que ni siquiera ahora hay motivos ni excusas para cometer crimental. Es simplemente una cuestión de autodisciplina, de control de la realidad. Pero cuando lleguemos al final ni siquiera necesitaremos eso. La Revolución se habrá completado cuando la lengua sea perfecta. Neolengua es Socing y Socing es neolengua... ¡Winston! ¿no se te ha ocurrido nunca pensar que para el 2050 a más tardar no quedará un solo ser humano vivo que pueda entender una conversación como la que estamos manteniendo? " -1984 (George Orwell)