25 de noviembre de 2014

Y luego seré yo el que está loco

Me gusta imaginarme a mí mismo en una taberna del Romanticismo, sentado con una gran jarra de cerveza levantada, gritando que quiero ser pirata, que nadie manda sobre mí, que soy la persona más libre del mundo, y luego meterme en alguna pelea sin sentido que se solucionará posteriormente con más y más jarras de cerveza. A cada golpe, una carcajada. Y sería el ser humano más feliz del mundo.

Otras veces, soy Alfonso Quijano disfrutando de su propia locura como Don Quijote, sin importarme cuán loco esté, viviendo mis aventuras derribando y siendo derribado, arrastrando a otros a mi demencia, clavando lanzas a molinos en el nombre de algún amor. Muriendo consciente, pero consciente de haber vivido.


Recuerdo que una vez fui un aventurero neoclásico por los ríos africanos. Llevaba la palabra de mi imperio bien cosida en el orgullo hasta que unos indígenas me la arrebataron. Desperté mi espíritu animal, dejé el politikón de mi zoon como hombre, y fui hallado como un salvaje por mi propio escudo.

Sin ir más lejos, ayer mismo fui Miguel Hernández de camino al centro de Madrid tras repartir víveres entre los republicanos que entregaban su vida en las trincheras. Al llegar, discutí con todos esos escritores de la Generación del 27 que encontré, para mi sorpresa, dándose un gran festín mientras España se derrumbaba. La ira me envenenó la sangre. Recuerdo haberle gritado a Rafael Alberti y de haber llamado puta a su esposa, la cual me propinó una enorme bofetada (tal vez merecida). Sin rencores, semanas más tarde me ofrecieron exiliarme con ellos, y sin titubear, rechacé la oferta dispuesto a luchar por las libertades que nos estaban arrebatando a homicidios, arrojándome a una muerte segura. Recuerdo también emigrar de celda en celda a lo largo de los años, escribiendo y cantando al hijo que nunca veré, sufriendo la muerte más lenta y dolorosa de todas. Pero nunca me llegaron a quitar la libertad de mi consciencia.

Soy la persona más libre del mundo me digo, quejándome de vicio mientras mis dedos tiemblan dudosos al escribir "de vicio".

Hace falta ser algo bruto, imbécil, sencillo e idealista en esta vida. A mí nunca me apagarán la mecha que recorre mis arterias.
Algún día seré Jack Kerouac.
Ya lo verán.

Manuel Riaño

The fact that everybody in the world dreams every night ties all mankind together. -Jack Kerouac

15 de noviembre de 2014

Y por fin amanecemos

Por fin llega el brillo de razón que entra en tu cuerpo y te despeja la cabeza, como el primer rayo del alba después de una mala noche que te encuentra tirado en mitad de la nada (igual en la calle, en el monte o en una casa ajena). Tal vez sea el peso sobrehumano de la resaca, o que a lo largo de las horas nocturnas, un mecanismo se activó y nos ofreció un tiempo de infinita reflexión. Dejándonos de metáforas, el momento en el que el amanecer nos sabe distinto, cuando parece que por fin nos hemos despertado de un mal sueño y giramos la cabeza para observar el sendero que hemos recorrido a trancas y barrancas... y por fin lo miramos con curiosidad y respondemos con un "Oh... vaya...". Por fin mantenemos la vista desafiante al horizonte y damos un primer paso sobre seguro. Y cada paso, más desinteresado que el anterior, más vivo, con más ganas. La cara reflexiva se torna, poco a poco, en una media sonrisa, y los ojos que tanto tiempo parecían apagados y ligeramente perdidos se prestentan risueños.

Hacía tiempo, demasiado tiempo, que no sabía ni mi procedencia ni mi dirección. La aguja de mi brújula giraba en una ebria confusión. Perdí el norte unas veinte veces (tal vez treinta, pues mis orientaciones métricas y temporales se vieron realmente deterioradas), y el sur otras tantas. Daba vueltas alrededor de una bala perdida en la fuerza centrífuga de mi memoria. Hacía tiempo que no escribía sin que los escalofríos fuesen por placer, sin que el café me supiese menos amargo de lo normal (la verdad, hacía tiempo que no tomaba un café en condiciones). He estado demasiado tiempo creyéndome un simpático Bukowski y hacía tiempo que no me creía Neruda por las noches. Y sí que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que mis dedos bailaron por el mástil de la guitarra, un tanto torpes e impacientes, como el músico que todo el mundo ha soñado ser (he de admitir también que hacía tiempo que no acariciaba las seis cuerdas en condiciones). No recordaba tantas horas llenas de risas entre las sábanas, ni las miradas lejanas en medio del bar, ni algún que otro guiño picaro que tuviese por contestación una sonrisa realmente risueña y agradable. Solía pensar que no llegaría con el corazón en buen estado a ninguna parte, que un par de tajos sanados con alcohol sería lo que me llevaría a la veintena, pero la mentalidad juvenil es lo que tiene (y reconocer la propia ignorancia de una juventud mal escrita no es muy adecuado para alguien a quien le gusta echarse un lustro de más en sus idealismos y pensamientos, por decirlo de alguna manera).

Pero no hablemos de coherencias.

Hablemos de que no es la pereza la que me impide levantarme cada mañana, ni soy yo el que endulza el café matutino, ni tampoco es la hierba de Asturias el verde que más me gusta (ni mucho menos la de Madrid, todo sea dicho). Si tengo insomnio es por tener la estúpida y egocéntrica certeza de que alguien piensa en mí.
Maldita sea, será que tengo la cabeza bien lejos y no hay manera de hacerla bajar.

Juro por Dios que ni un bourbon con tres hielos sabe tan bien como lo hace en otros labios.
Supongo que es hora de empezar a vivir otra vez.

Manu Riaño
«People with no morals often considered themselves more free, but mostly they lacked the ability to feel or love». -Charles Bukowski

29 de octubre de 2014

La consciencia de lo absurdo

Raramente las jornadas son una victoria. A lo largo de los años se suelen acumular muchas más derrotas que cualquier otra cosa. El día a día se acumula en los hombros y pesa como el plomo. La sonrisa de oro pasa a ser de plata oxidada y a tener sal en las encías. El brillo risueño y juvenil de los ojos se apaga y envejece. El andar se vuelve más airado y pesado. Nos olvidamos de nuestros méritos y triunfos, como si tuviésemos alzhéimer de optimismo, y nuestros engranajes dejan de girar en nuestro cuerpo. Seguro que algún gilipollas nos dirá "¡Alguien se ha levantado con el pie izquierdo!", y algún otro nos dirá que nos faltan vitaminas, que nos tomemos un zumo natural cada mañana, mientras que nosotros nos contenemos para no lanzarle el café de máquina a su cara de idiota. Enfrentarse a la vida nos gasta el estado anímico, y no hay pilas recargables para eso. La compañía se antoja pesada, y las obligaciones desesperantes. Nos vemos incapaces de seguir una conversación sin rechinar los dientes, sentimos que al caminar, una nube negra se cierne sobre nuestras cabezas, como si formásemos parte de esas caricaturas no tan divertidas de los periódicos. Nuestro vocabulario se ve reducido a monosílabos (alguno de ellos no reconocido por la RAE, como meh), la música agobia a nuestros oídos, nuestros músculos se tensan con solo pensar en tomar la iniciativa de algo.
Caminamos hacia la cama como el reo que pasea por el pasillo de la muerte.
Ni siquiera es viernes y ya tenemos otra derrota. Una más.

Y entonces, a mí me revienta una neurona en forma de corte de manga. Siento que la vida me lanza sus obligaciones, sus convinciones, sus "haz esto, haz lo otro", sus penas... y chocan contra una muralla de indiferencia. Le doy la espalda, me arranco la batería a mi estado anímico y mi cabeza entra en coma.
Silencio.

El sonido del tabaco de liar consumiéndose por el fuego en un cigarro mal liado, ese crepitar de las llamas. Ese sonido divino que suena como miles de diminutas burbujas. No. Como miles de pequeñas ideas brotando en forma de humo. Y al abrir la cerveza, ese sonido metálico que parece liberar una pesada carga, y las burbujas de gas escapando a toda prisa, haciéndome cosquillas en los tímpanos para dejarlo todo en silencio, en serenidad. Cada trago resuena por el esófago como una dósis de confianza, optimismo e inspiración. El rasgueo del lápiz contra el papel, como un murmullo que sale del corazón, como una conversación con uno mismo.
Y que todo culmine en un cómodo y satisfactorio suspiro, como si al inspirar me llenase de felicidad, de energía renovable. Y al expirar... ¡Ah!

Es entonces cuando me río del mundo y la vida solo me parece una broma de mal gusto. Una sonrisa irónica mirando al techo con los ojos cerrados y un solo pensamiento:
Hoy he ganado al día.

O por lo menos, hemos quedado en tablas.
Y que le jodan al mañana. Eso ya es otra lucha.


Manu Riaño
Casi siempre lo mejor de la vida consiste en no hacer nada en absoluto, en pasar el tiempo reflexionando, rumiando todo ello. Quiero decir, pongamos que alguien comprende que todo es un absurdo. Entonces no puede ser tan absurdo porque uno es consciente de que es un absurdo y la consciencia de ello es lo que le otorga sentido. ¿Me entienden? Es un pesimismo optimista. -Charles Bukowski

12 de septiembre de 2014

Una atracción sobrevalorada y una fuerza infravalorada

Entro en mi habitación, sabiendo que esta noche me espera discutir.

-No es mi noche.
-Ni tu día, ni tu semana, ni tu mes, ni tu año...
-Bukowski era un gilipollas, déjalo.
-Ya, y tú estás borracho.
-Ya.
-Eres un quejica, un jodido despojo humano que cree destacar en una pseudo-importancia social por el mero hecho de aferrarte a una serie de poetas malditos. Venga, dime, ¿cuál fue tu guerra, Hemingway? ¿O acaso hoy eres Dos Passos?
-Coño,  ¿desde cuándo se necesitan excusas para quejarte? Mira, Bécquer era un maricón mimado y victimista, pero ahora todos veis poesía en las "pupilas azules" ajenas. No me jodas, la literatura es un fraude.
-Como si tú aportases algo a la literatura.
-La literatura no debería tener nombre.
-Llámala amor, llámalo drama, llámalo esquema sociopolítico... Lo único que nos queda es la poesía.
-Ja. Ahora la poesía es una mierda mal rimada por quinceañeros. Miguel Hernández se habría hecho franquista si os tuviese que leer. El amor es una mentira sobrevalorada y bien diseñada para que el "vivir felices y comieron perdices" sea la meta de nuestra vida.
-Claro, porque tú tienes meta...
-¿Con apenas veinte años? No me jodas.
-Tú lo que eres es un gilipollas que por estar viviendo una mala noche se cree un escritor tremendista que puede escribir una mezcla de comedia negra y novela maldita.
-¿Tú cómo cojones lo haces?
-¿Qué?
-Vivir de forma intermitente por y para una sola persona. Aburre. ¿Cómo puedes creer que puedes vivir así?
-El cariño existe, ¿sabes?
-No. No existe. Es el panem et circenses de los libros, historias y del día a día.
-¿Hablas de mujeres? ¿Una mala racha y ya eres un misógino?
-No. Tú te aferras a algo. A algo que te parece que brilla como una estrella. Y te crees que te puedes acercar a ella, soportar tu peso, su gravedad... Es una estrella en su más estricto y astrofísico sentido. Olvídalo.
-Nadie dice que no puedas con ello.
-No. Yo no. Es una atracción sobrevalorada y una fuerza infravalorada. ¿Qué pasa en este mundo? Parece que soy el único que no quiere arder en un jodido infierno. Cuando encuentro una estrella y me acerco... me asfixio, me quemo, me sofoco... Un caos que desemboca en una inevitable supernova cuyos restos me despellejan hasta el dolor. Tú te crees que eres capaz de amaestrarla y convertirte en polvo de estrella con ella para siempre.
-Relájate, que eres de letras.
-Hablaba de metáforas.
-Supongo que quien la sigue, la consigue.
-No, yo no quiero conseguir eso. No quiero conseguir nada, no aspiro a amaestrar una monótona fuente de luz y calor temporal que con el tiempo se apagará. No quiero fusionarme en su agobiante actividad y rutina rotatoria. Solo quiero su calor de cerca, y da gracias. Acercarme lo justo para orbitar a su alrededor.
-Vaya, ¿y ya está?
-No. No orbitar como uno más de otros tantos amantes que la orbitan, sino como un cuerpo, sú único cuerpo. Como un solo satélite natural en un planeta. Y girar sin tener que quemarme día sí y día también.
-Has improvisado un guión de mierda. Te has vuelto a creer Samuel Beckett, hablas solo como Pessoa y la realidad es que hasta Mihura se está riendo de ti.
-Yo creo que la Tierra es la amante perfecta. Ha aguantado mucho tiempo sin quemarse, ¿no?
-¿Me hablas de astrofísica, un aviso ecologista contra el medio ambiente, o sigue siendo una metáfora de tu ineptitud para apreciar un sentimiento benevolente?
-El amor no es benevolente, es una mierda esquematizada por escritores aferrados al alcohol y otras tantas drogas. Me río si me dices que Lorca no escribía borracho, o que los románticos no se bebían hasta el matarratas de su mansión. No existe, supéralo.
-Olvídame, sigues borracho.

Finalmente, dejo el bolígrafo, cansado de hablar solo. Odio discutir conmigo mismo cuando he bebido, la incongruencia puebla mis funciones simpáticas y parasimpáticas. Es mejor dormir la mona.
Pero, sinceramente... Baudelaire era un borracho. Estoy seguro de que sus poemas de amor estaban dedicados al vino.

Mañana me espera una resaca. Y me juraré, como otros tantos días, no volver a hablar conmigo mismo en mucho tiempo, cuando sé que en un par de días estaré gritando solo en el salón. Como hoy. 
Llevarse mal con uno mismo es el primer paso a la locura o a la literatura.
Pero admitámoslo, la locura se ha vuelto una moda popular entre los jóvenes... pero los que estamos verdaderamente locos maldecimos todas estas noches en las que hablamos con nosotros mismos y nos reprochamos cada minuto de nuestra existencia en las últimas horas. Y para colmo, desembocamos en la escritura de un diálogo pobre que se podría popularizar entre lectores que piensan que todas las novelas tienen final feliz. 

Mis ideas son maravillosamente estúpidas.

Manu Riaño

19 de julio de 2014

Noches como Heminway

Esta parece ser una de las muchas noches en la que me dormiré vagabundeando por el salón, torturándome una y otra vez con el fantasma de la desesperación que viene horas después de ponerse el Sol. Parece que será una de esas noches en las que soñaré contigo, más de lo que suelo soñar por el día, y te hablaré, como habla un viejo decrépito que no sabe qué le dice a su receptor inexistente, como habla el loco que es consciente de su demencia desde la ignorancia exterior: te hablaré como el triste que suelo ser por las noches.

Sabes, últimamente bebo por beber. Por sed, por sequía, por no tener sed, por revolcarme con un sentimiento marchito, lleno de malas hierbas que riego con la primera botella que encuentro en el desorden que nubla mi vista. Ya no sé qué hacer con todas estas horas malditas que me atormentan y me repiten que tú sabrías leer a través del vidrio de mis ojos cansados. Quiero rendirme, no tener que aguantarte más, pero rendirse no parece una opción de la que yo pueda emitir veredicto alguno; eres injusta conmigo, como todas las noches. Puedo sonreír, y que la amargura haga de la sonrisa una mueca terrible. Para qué. También me canso de decir que cada fiesta ha sido la mejor de mi vida. Olvídalo, de mi vida ni hablemos; me asusta todo, me aterroriza la idea de vivir en la soledad de mi perdida cordura y verme agarrado a la misma botella, cada noche, porque no soy capaz de desterrarte. De todas las cosas en las que querría convertirme, un viejo loco y borracho no es una de ellas, y menos sabiendo que al mirarme al espejo, solo podré ver por la fuerza del sino la decepción de mis ojos pasados, llenos de culpabilidad, parpadeando reproches y secos de resignación. Los días pasan, y lo peor es que las noches también. Cada noche intento vivir como Heminway, y sé que la vida no funciona así. Las botellas no alivian el dolor; lo aplazan, y hacen de mi cabeza un lugar terriblemente vulnerable a ti.
Esta noche me doy cuenta de que todos bebemos porque tenemos miedo. Miedo de no beber una noche y que desaparezcan los escasos recuerdos bellos que conservamos y nos ayudan a ver al amanecer, pero que las pesadillas persistan, rodeándonos como buitres a la carroña.

Sí, cada noche intento vivir como Heminway, y acabo como el imbécil de Bukowski. Pero cada noche sigo soñando, admirando las pesadillas que me traes, y sueño con la noche en que me vuelvas a acompañar con una botella, y los dos seamos poetas malditos.
Al fin y al cabo, siempre llego a ver el amanecer.

Manu Riaño

15 de julio de 2014

Un día de furia

«¿Y si lo realmente difícil de la existencia fueran esos pequeños inconvenientes cotidianos?. Eso plantea Bukowski en su poema “El cordón del zapato”, en el cual sitúa la locura en todas aquellas cosas de la vida cotidiana que nos desesperan. Un cuadro torcido, una gotera, las averías del coche, la caída del azucarero, la mancha de café en la camisa, y todos aquellos contratiempos que nos sacan de quicio».

- David Noriega, La terrible cordura del idiota (Blog)

Sé de sobra que no le caigo bien a la vida, pero odio cuando me lo recuerda. Como hoy. Hoy es un día de furia en mi cabeza, como esos que todos hemos vivido alguna vez, y puedo notar la sangre hirviendo por mi cuerpo recordándome que puedo estallar en cualquier momento.

Y lo peor, como bien ocurre siempre, es que son nimiedades del día a día lo que pueden hacer que uno se vuelva loco. Puedes estar en bancarrota, haber salido mal parado de una relación, haberte roto la muñeca, hasta te pueden haber cerrado el grado que estabas estudiando... Pero saldrás adelante. Porque, en el fondo, no hay nada comparado con esos pequeños momentos cotidianos en los que soltamos algún que otro taco por instinto. Esos son los peores. Esos pueden acabar con tu salud mental. Esos pueden acabar con tu vida si la vida decide ahogarte con ellos.

Como por ejemplo, despertarte de resaca, descubrir cincuenta euros menos en tu cartera, quemarte los labios, que se te caiga la taza de café y quemarte los pies, descubrir que no tienes tabaco, bajar en zapatillas sin darte cuenta, que llueva, que te cierren el estanco en tus narices, que los bares estén cerrados por vacaciones, haberte dejado la cartera y que el camarero no se fíe de tu mayoría de edad (porque hay veces que la barba no es suficiente, al parecer), que los niños chillen, que te falten cinco céntimos porque el tabaco ha vuelto a subir, volver a casa con las manos vacías y descubrir que te has dejado el aceite hirviendo, que la fregona se rompa, olvidarte de comprar comida, que la cola del supermercado sea larga y avance lentamente, que haya una persona de avanzada edad que no sepa contar la calderilla a la hora de pagar, que se te rompa una bolsa, que te pidan un cigarro y recordar que no tienes tabaco, que siga lloviendo, resbalar, confundir el "sí" con el "no" a la hora de guardar los cambios en un documento, perder los apuntes, fallar más preguntas de lo habitual en un test de conducir, que se te haya olvidado comprar algo, que se te rompa una cuerda de la guitarra, que el bus llegue más tarde de lo habitual (y que ni siquiera llegue), pasar una página del libro que estás leyendo y esta se rompa, perder una púa, que no haya señal en la televisión, que los vecinos discutan a gritos, que la resaca no se pase, cortarte mientras te recortas la barba, que te pique un mosquito (un centenar de veces), que se te manche la camisa justo cuando acaba de salir de la lavadora, un apagón, un plato roto...

Mirándolo de otro modo, todo eso es normal. Accidentes cotidianos que pueden ocurrirle a cualquiera. Pero si la vida está dispuesta a aplastarte, lo hará, y entonces será cuando notes esa sensación ácida por tu cuerpo, brasas incandescentes en la garganta, veneno en la saliva, un terremoto en la cabeza... Sentir que puedes convertirte en un asesino sin darte cuenta. Un mero impulso causado por un mal día y acabarás volviendote un asesino psicópata y esquizofrénico.

Me lo imagino.
Hoy me lo puedo imaginar. Me imagino a cualquier amigo dándome una palmadita más fuerte de lo habitual en la espalda mientras me pregunta "¿Qué tal?", y que la única respuesta sea romperle todos y cada uno de los doscientos séis huesos de su cuerpo, disfrutar de cada crujido, estrangularle, patearle la caja torácica hasta que deje de respirar... Me lo imagino. Me volvería un homicida en tan solo una tarde, y me imagino a las vecinas diciendo en las noticias "Manuel era un chico muy normal, siempre saludaba". Me las imagino perfectamente.

Ja.
Apuesto a que muchos asesinatos sin explicación a lo largo de la historia fueron por un día de furia como este. No sé cómo sonarán las voces en la cabeza de un psicópata, pero seguro que se parecen a niños chillando, vecinos discutiendo, la anciana que no sabe contar en el supermercado, el camarero chulo que se niega a venderte tabaco, al palo de la fregona quebrándose...
Sí. Seguro que suenan así.

Todos tenemos un mal día, un día de furia. Seguro que muchos de vosotros los habéis vivido alguna vez. Hoy es mi día de furia, y las formalidades que tengo con la vida se han visto increíblemente reducidas a un mero corte de manga al cielo. Lo peor: no existen remedios contra estos condenados días. Hoy voy a hacer una fortaleza de sábanas a mi alrededor y evitaré el contacto con el mundo.
No querría volverme un asesino.

Porque esta mañana ha llovido... poco, pero ha llovido. Y no quiero saber qué ocurrirá si piso el único charco que debe haberse formado.

Manu Riaño

10 de julio de 2014

La revolución entre el centeno

Hay días en los que sentimos una catatonia según nos levantamos, nos llenamos de nostalgia y nos da por echar la vista atrás y analizar todo nuestro pasado. En otras palabras, y dispuesto a hacer una introducción corta, hoy he abierto el baúl de los recuerdos, literalmente hablando.

Todos hemos vivido una época en la que nos habíamos aferrado a una idea (bueno, idea, grupo de música, libro... lo que sea) y no había manera de quitárnosla de la cabeza. Pues estaba yo echando un ojo a esas épocas fugaces de Green Day, Blink 182, el anarcosindicalismo (sin saber yo muy bien de qué iba el rollo, pero yo me apuntaba a todo), el emo-metal (sí, amigos. Sí)... Y me he encontrado con un libro que marcó un antes y un después en mi vida (y seguro que también lo marcó en otras tantas generaciones). Hablo del famoso El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. La verdad, fue una grata sorpresa ver que no había perdido el libro y descubrir que simplemente soy un desastre para el orden. Ese icónico libro que todo adolescente joven ha leído y sintió estallar una revolución en su interior, famoso por ser relacionado tantas veces con la muerte de John Lennon, protagonista en centenares de canciones y relatos... Vaya, que menuda añoranza la que sentí al leer el nombre de Holden Caulfield otra vez.

Sin esperar ni un segundo y con la emoción en el pecho, decidí volver a leerlo.
Y qué error por mi parte.

El guardián entre el centeno es el libro donde todo empezó. Un chaval de unos quince o dieciséis años que no entiende el mundo, y el mundo tampoco le entiende a él. Un joven al que le aplastan las incongruencias de la vida y decide escapar, que se enfrenta al mundo sabiendo que este se lo va a comer. Un loco que resultó no estar tan loco. El libro está narrado desde la cabeza de Holden Caulfield: cada pensamiento, cada idea que tiene, la tenemos nosotros. Cada vez que siente la angustia de la sociedad en la que vive, la soledad que soporta, la impotencia frente a cualquier injusticia, el odio a la falsedad, las dudas de las pequeñas cosas de la vida... Nosotros lo sentimos igual. Cada vez que parece que su mente se va por las ramas y desemboca en una situación surrealista, cuando creemos que está loco, descubrimos que no es así. Esa demencia que percibimos, en verdad, nos acompaña siempre, solo que no tenemos a nadie que la esté leyendo...
Holden no quería empezar una revolución porque no sabía nada ni entendía el mundo... y aún así, los lectores que estuvimos en su cabeza quisimos empezar una revolución, sin saber contra quién, pero con la certeza de empezarla. 
Ese libro fue, para muchos, el primer libro que nos hizo levantar la cabeza... el primero de muchos.

Lamentablemente, cuando me refiero a nosotros, hablo de nuestros revolucionarios quince o dieciséis años. 

Fue un error con el que no conté. Me estoy acercando a la segunda década de edad, y por poco que parezcan cuatro años de diferencia, son muchas las cosas que cambian. Han sido muchos los autores que han pasado por mis manos, y muchas cosas las que uno ha aprendido... Mihura, Pessoa, Beckett, Yeats, Bukowski (con el que soy tan pesado, sí), Trabucchi, Capote... Llega un momento en el que, de repente, nuestro querido Holden parece un niño caprichoso y egoísta que no sabe qué hacer.
Más rabia me ha dado a mí esta situación, querido Holden, que fuiste el héroe de toda mi adolescencia, el que me hizo dar un paso al frente y conocer de qué narices va este mundo. Un héroe que, de la noche a la mañana, ha entrado en decadencia frente a mis ojos. Le he visto marchitarse, tropezar, equivocarse, pudrirse ligeramente en mi memoria. Esa revolución que había empezado hace casi cinco años se había debilitado un poco.

Cerré el libro y lo volví a guardar. Esta vez lo dejé donde más desorden hay y menos probable es volver a encontrarlo.

Amigos, a veces la nostalgia nos la juega. El pasado embellece a medida que pasa el tiempo y cada día nos parece una época más atractiva. Pero en el fondo, está bien que se mantenga simplemente como el pasado. Los recuerdos perdurarán hermosos en la memoria... no seamos egoístas y los vayamos a estropear.

Desde aquí, le mando un saludo a Holden Caulfield. Al fin y al cabo, confieso que gracias a él descubrí el whisky.

Por su antihéroe,

Manu Riaño

«La gente siempre aplaude a las cosas que no debe» -Holden Caulfield

9 de junio de 2014

¡Invito a la próxima ronda!

Vaya año más caótico, ¿no creéis? 

Ya estoy más que acostumbrado a despertarme en pisos que desconozco, acostumbrado a no desayunar, a que la comida me sepa a tabaco y el agua a alcohol, a salir a la calle para maldecir la luz que me quema las retinas, palpar el bolsillo buscando algo de dinero y encontrarme una cajetilla sin cigarros, llena de una sensación de vergüenza que ya familiarizo con estos despertares que me quitan la vida.

De todas las cosas en las que podía haberme convertido, un payaso asociado a la continua ebriedad no es una de las que más me habría gustado a los nueve años. Hay tardes en las que miro mi cara de niño desde el espejo (porque a pesar de tener algo de barba, tengo una cara más bien pueril y me siguen pidiendo el DNI a veces), y detrás de esos párpados tan caídos y desinteresados que tengo, admito sentir pena por no ser un crío otra vez (aunque sigo jugando a Pokemon, que ya es algo).

A día de hoy, todavía hay gente que me reprocha con asco mis hábitos (y el de muchos otros), y otros tantos que se preocupan metiendo sus narices en nuestras razones.
Miradme a los ojos a través de la pantalla.
Tengo tantas razones para resquebrejar mi estado anímico como no tengo ninguna. No molesto a nadie, no soy violento, no persisto en buscar compañía, no busco desesperado ninguna atención, no se me escapan las lágrimas, ni grito palabras incomprensibles, ni aullo mis secretos, ni digo la verdad, ni cuento mentiras, ni me encuentro mal, ni me encuentro bien, ni prometo estupideces, ni desaparezco, ni me desvanezco, ni digo en todas las fiestas "¡Es la mejor fiesta de mi vida!", ni me saco selfies mientras se me cae el móvil al suelo... Ni un largo etcétera, caballeros.

Estoy. Simplemente estoy, que no es poco para mí.
Estoy, y no podría ser más feliz... ¡y me encanta! Adoro celebrar cada minuto, bueno o malo, de cada jornada, incluso esas terribles resacas que no me permiten incorporarme de la cama (y hago unas abdominales penosas intentándolo, asemejándome a una tortuga tumbada sobre su caparazón), y también cuando no me queda dinero para comprar un mísero cigarro, cuando ha sido una mala noche, o cuando ha sido una buena. Porque me encanta intentar recordar lo que se nos olvida al día siguiente, o brindar por las personas que nos han visto en los mejores y en los peores momentos (y no sabrían decir la diferencia)... O para olvidar, incluso. Olvidar noches que es mejor no nombrar con personas que nunca olvidaremos. ¡Que será por desgracias! A alguno le habrá dejado la novia, o tendrá problemas en casa, o estará en bancarrota... y a otro le echan del curro, o le engañaron con otro... o aquellos que han perdido a alguien, o aquellos a quienes no les queda nadie... No tenemos el Imperio Británico en nuestras manos, que digamos... Pero tenemos un espíritu inquebrantable. Me encanta celebrar todo lo que va mal: todas y cada una de las apocalípticas y desastrosas situaciones que han hecho posible cada minuto que he pasado con una cerveza en mi mano y la mejor compañía del mundo.

Admito ser un verdadero desastre, poder dar un penoso perfil en esta vida o llegar a ser un desalmado en tantas ocasiones y en el más amplio sentido de la palabra... pero bueno, ya me tocará arder en el infierno algún día. Hasta entonces, brindo por cada noche, mañana y tarde en la que hemos tenido el colosal valor de salir con una sonrisa de oreja a oreja y convertirnos en los payasos que riegan con un poco de felicidad esta vida que puede ser tan mustia a veces.
Lo celebramos porque tenemos sed o porque no tenemos sed. Porque nos va bien o porque nos va mal. Porque nos pasa algo o para que nos pase algo.
Porque en el fondo, no queremos que se vayan los buenos tiempos (y mucho menos, que se queden los malos).

Se nos acaban los minutos y nos faltan unas cuantas cervezas juntos, amigos.
¡Pero no temáis! ¡Yo invito a la próxima ronda para no perder las buenas costumbres!


En un pequeño arrebato de nostalgia (de los muchos que le quedan),

Manu Riaño

23 de abril de 2014

Carrillo vende el CES Felipe II

La Universidad Complutense de Madrid ha decidido trasladar las cinco facultades del campus de Aranjuez (el CES Felipe II) a la Universidad Rey Juan Carlos, sin previo aviso y con incógnitas que afectan de forma directa a todo el alumnado y profesorado. Fue el 22 de abril de 2014 cuando la noticia llegó a nuestros oídos, y será el 25 de abril de 2014 cuando este negocio chapucero se cierre permanentemente y de forma indefinida. El mismo día que dicha noticia salió a la luz, el alumnado del CES Felipe II redactó una carta de protesta y otra de divulgación exigiendo unos mínimos que garanticen la fluidez de los grados y reivindicando sus derechos ante el rectorado de la UCM.

A continuación, os mostramos los criterios EXIGIDOS por el alumnado: 

A LA ATENCIÓN DEL CONSEJO SOCIAL DE LA UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS  Y UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID:

En Aranjuez, a 23 de Abril de 2014

El alumnado del Centro de Estudios Superiores Felipe II, debido a la nula información recibida sobre el acuerdo de la tramitación del cambio de adscripción del centro en cuestión, exige los siguientes mínimos antes de la firma del convenio que se realizará el próximo viernes 25 de abril, como reivindicación de nuestros derechos y tras haber pagado nuestras matrículas:

PRIMERO.- Información sobre la localización de las facultades del campus de Aranjuez con sus respectivos grados, y su posible reubicación en otro centro físico.

SEGUNDO.-  En el caso de que el alumnado deba realizar un traslado de expediente, que las tasas de este corran a cargo de la UCM, o en última instancia, de la URJC, y en ningún caso a cargo del estudiante.

TERCERO.-  En el caso de extinción del plan de estudios de la UCM, se exige facilidad por parte de la URJC para la convalidación de la totalidad de los créditos ya cursados, y la creación de las carreras inexistentes en dicha universidad.

CUARTO.-  En el caso de que el alumnado del CES Felipe II decida continuar en la UCM, se le garantice un traspaso de plaza a cualquier otro centro de dicha universidad que oferte el grado al que pertenezca el alumno en cuestión, con especial interés en el alumnado que cursa los grados de Traducción e Interpretación y Gestión e Investigación Empresarial.

QUINTO.- Los fondos destinados por parte del estado que recibe la UCM a través de la Comunidad de Madrid (según los datos facilitados por la Fundación Felipe II: 5.651.000 euros más 2.120.000 ingresados gracias a la matriculación del alumnado), gracias a la adscripción del CES Felipe II, sean destinados íntegramente tras el cambio de adscripción a la nueva dirección del centro, y bajo ningún concepto, un aumento de las tasas de matriculación en los cursos posteriores.

SEXTO.- Transparencia en cuanto a la financiación real del centro adscrito a la UCM. Tras realizar una autoría, exigimos que se cubran los presupuestos mínimos necesarios para el correcto funcionamiento del centro con todo lo que ello conlleve: mantenimiento de los puestos de trabajo e infraestructuras. Exigimos que se mantengan los sueldos netos de los trabajadores del CES Felipe II, y que la URJC se comprometa a mantener la oferta formativa en el centro, y en última instancia, complementarla con formación postgrado y doctorado.

SÉPTIMO.- El alumnado del CES Felipe II ve necesaria la oferta de becas de Erasmus y SICUE. Si la URJC se apropia del centro supra citado, se exige que estas becas sigan siendo viables durante los cursos posteriores.

OCTAVO.- Un contrato temporal de un mínimo de seis años entre la URJC y el CES Felipe II que asegure la permanencia de la enseñanza de los grados impartidos.


Se requiere el cumplimiento de lo expuesto anteriormente en la toma de decisiones que afectarán de forma directa al alumnado y profesorado del CES Felipe II.


Fdo.
El alumnado del CES Felipe II con el apoyo de sus representantes,

Judit Munizaga Vivas
Vero Myriam Sánchez Martínez
Jesús Sansegundo López
Maximiliano Clavijo Punscale
Jose Luis Aparicio Monzón
Manuel Riaño Martínez
María Díaz Santos
Paula Raya García
Diego Martínez Álvarez
Juan Fernando Capel Zafrilla
Alba Sánchez-Migallón Arias


DIFUNDIENDO ESTE DOCUMENTO Y FIRMANDO EN EL SIGUIENTE ENLACE PODÉIS AYUDARNOS A NOSOTROS Y A MILES DE ALUMNOS:

http://www.change.org/es/peticiones/ucm-y-urjc-cumplid-vuestros-acuerdos

2 de abril de 2014

La verdad sobre lo que debe durar para siempre

Jóvenes y atolondrados. Así nos vemos, así nos ven; en fin, admitámoslo: así somos. Siempre se nos dijo que hay que sonreír a la vida, incluso cuando esta pretende entorpecer nuestro camino. Nos han aconsejado, nos hemos sumergido en la ilusión y en la determinación, hemos aprendido y nos hemos atrevido a pensar que el Universo nos tiene reservado algo a la vuelta de la esquina. Sí, hemos aprendido a tener la carta del Destino en cuenta, y al mismo tiempo, a saber que no debemos depender de ella. Hemos aprendido que la decisión es lo peor que se puede perder después de la esperanza, y que la fortaleza es lo que hará que nos incorporemos una y otra vez, y así seguir adelante sonrientes.
Fortaleza. Eso es, nos hemos fortalecido. Hemos aprendido a fortalecernos, hemos sabido encerrar y cargar nuestros tormentos cada día, hemos descubierto que podemos confiar plenamente hasta el final. Pero ahora nos decís que el final resulta ser barroco... un posible desengaño en el cual nuestra juventud atolondrada no tiene ni voz ni voto. Nos decís que tarde o temprano, tendremos que frenar, borrar la ilusión de nuestra sonrisa e inundar la determinación de nuestra mirada, abrir la caja de los tormentos y lanzarnos a ella, desesperados, para aprender. No, no lo hemos vivido, pero ahora nos decís que lo viviremos, nos lo han contado y ahora nos sentimos engañados, traicionados, dudosos frente al destino... El señor Universo es una mentira que mantiene la sonrisa frente a la realidad de la vida. En casi una década, se nos ha enseñado que la determinación de nuestra felicidad no se debe perder nunca... y ahora prentendéis que en una hora nos olvidemos. Decís que nos engañamos... cuando los engañados sois vosotros.

No malinterpretéis nuestras palabras.
Somos la generación que está dispuesta a darlo todo por vivir y salir adelante, porque así nos lo habéis contado. Si ahora nos exigís lo contrario, os diremos algo:

Los grandes momentos de la vida no serán necesariamente las cosas que hagamos. También estarán las cosas que nos sucedan. Después de todo, hay que ponerse en pie, y lo que siga será una nueva era en nuestra vida. Nunca subestiméis el poder del destino. En la vida, a menudo, tomamos decisiones que no estamos preparados para asumir; pero vamos a por ellas. Podremos pensar que nuestra única opción es tragarnos la desesperación, angustia, sufrimiento... o echárselo a otro a la cara. Pero hay otra opción: olvidarlo. Y si somos honesto con nosotros mismos sobre lo que queremos en la vida, la vida nos lo da.
Es curioso recordar aquellos días sin saber hacia dónde nos dirigíamos exactamente ni qué venía en nuestra dirección... Es gracioso. Es Schmosby.

Y queréis que volvamos a la confusión de la realidad. No. No será así.
Y lo sabemos. Todo está en nuestra contra, pero lo sabemos, lo sentimos en cada fibra de nuestro cuerpo, en cada músculo que nos levanta cada mañana. Nuestra suerte está a punto de cambiar.
Hemos empezado a comernos los fracasos y aún así mirar con una mirada de determinación. Nosotros no nos extinguiremos, aún queremos creer en algo. Y ese algo nos lo disteis vosotros, pero ahora es nuestro.

Nuestra vida nos espera.
Y os aseguro que va a ser legendaria. 

Manu Riaño

18 de marzo de 2014

Tragos de cobarde

Si tan solo,
condicionalmente hablando,
se me permitiera crear
un recuerdo
al que abrazar una vida...
lo quemo, lo escupo,
y así me destrozo;
así, me pierdo.
Destruirlo, pero
esculpirlo con caricias.
Morderlo, para así
acabar comiéndote a besos.
Enterrarlo, pero que no se consuma
con el humo del cigarro.

Termino por verme aullando,
y aullando estupideces
que no diría ni borracho.
Gritar tu nombre
a una noche triste
como los versos de Poe.
Nunca decirte nada,
nunca imaginar verte,
nunca susurrar lo que
te dijo el imbécil de Bécquer.

Y no puedo;
hablo de un recuerdo,
un recuerdo inventado.
Me encierro entre botellas
y tragos, más tragos
de alcohol barato
que saben a mentiras;
unas mentiras bellas
que saben a realidad;
una realidad que arde.
Saben ásperos, saben amargos.
Saben a sangre de cobarde.

Manu Riaño
Y que quieren que les diga: la métrica y la rima están sobrevaloradas.

25 de febrero de 2014

Fins a la próxima, València!

¡Feliz semana a todos! ¿Qué os parece una entrada corriente y moliente? No están de más de vez en cuando.
Este fin de semana he hecho un viaje mal preparado y ligeramente caro. Mal por mi parte, soy culpable, lo sé, el dinero no crece en los árboles. Pero puedo prometer que no fue en vano. Todo sea dicho: Valencia es un lugar precioso, agradable y con una historia cultural impresionante que no cabría ni en veinte entradas. Además, hablamos de una ciudad que no entiende de estaciones del año: no importa cuándo vayas, hará un calor terrible (sobre todo, si eres del norte, al igual que un servidor).

Al llegar y pisar el andén de Sant-Isidre, me recibió un cielo despejado y soleado que hace meses que no veo... No está mal, ¡buenos días a ti también, Valencia! Como no, la compañía más agradable que uno puede esperar me recibió y acogió como un amante más de la paella y de las Fallas. He de decir que lo primero que pensé al llegar fue un "tengo que volver a pisar la catedral, ir al museo de arte, echar un buen oído al valenciano...". Vaya, lo que suele pensar alguien de letras. Y, cómo no, ¡viva la improvisación! Lo primero fueron unas cañas bien frías (y bien recibidas por mi garganta norteña).
Luego, como de costumbre en la vida de un estudiante, salir. Salir una noche, salir una tarde, salir dos noches, tres tardes... ¡todas cuantas fueran posibles! Y cada noche (todas cálidas, que aquí nunca hace frío, al parecer), hacer vida social.
Entre caña y caña, disfrutábamos como nadie: charlar, conocernos, reír... sin preocuparnos por el tiempo que empleásemos en cada anécdota y dando exclusiva importancia a la cerveza restante que nos quedaba a cada uno.
"Entonces, ¿cómo se dice esto en valenciano? Pues así. Anda, pues se parece al catalán. Pero la etimología es distinta. ¿Ah, sí? Sí, verás... ¡Anda! ¡Pues en asturiano lo decimos de esta manera, pero en Madrid dicen esta otra! Y así por el norte, y asá por el sur...".
Me parecía increíble. Siempre que convivo con otra lengua, por breve que sea mi estancia, me fascino y pienso en la infinidad de maneras que hay para decir una palabra, para comunicar algo, y cada significado y significante son tan propios de una lengua... Cada palabra tiene su historia, y cada lugar tiene infinidad de palabras. Qué os voy a decir, digan lo que digan, todas las lenguas (sean o no dialectos de otras) me parecen curiosas, hermosas, ricas y originales. ¡Tanto que pretendemos aprender idiomas de otros países y tantas veces que olvidamos todo el legado lingüístico y cultural que tenemos en el nuestro...!
¡Pero no me iré por las ramas!

Seguimos disfrutando de la noche, y tras dar a conocer mi mala costumbre de invitar a todo hijo de vecino a un par de rondas más (con las respectivas quejas de mi cartera), y con un intento de valenciano mediocre recién aprendido, paseamos en zigzag por las calles que separan la ciudad del casco antiguo (en zigzag para ver el contraste de una zona y otra; y bueno... ya os he dicho que invité a un par de rondas más). He de decir que las ciudades bulliciosas no son lo mío; hay demasiada gente. Tuve el placer de chocar con unas cincuenta personas en una sola calle, así que se podría decir que hice bastantes amigos (os aseguro que es imposible pasar ileso...).

Por una parte, y a grandes rasgos, hay cosas realmente curiosas que te sorprenden de la ciudad... Desde tristes carteles anunciando el Partido Falangista Español (el cual creía extinto), hasta librerías que con un "¡Gracias, camarada!" te regalan pequeñas antologías por cualquier compra. Iglesias de varios estilos situadas estratégicamente para poder observar el avance de la historia del arte por la ciudad, museos únicos que no tuve el placer de ver, pinturas callejeras que plasman desde una vanguardia hasta una sátira (y he de decir que siento especial predilección por una de ellas que representa el coche de Carrero Blanco sobrepasando un edificio), y un laaaaaaargo etcétera. Pero Valencia no se queda ahí. ¡Para nada!
La catedral, presumida y coqueta, con alegres cafeterías a su alrededor (aún abiertas al público a altas horas de la noche) para que la gente pueda contemplar su orgullosa portada. 
La Estación Norte, que parece estar siempre llena de energía, a rebosar de vida juvenil desde que abre sus puertas hasta que las cierra (¡incluso más!).
Calles propensas a la vida nocturna, llenas de edificios antiguos y de placas que te cuentan las historias más interesantes (curiosamente, una de ellas citaba el epitafio de Miguel de Unamuno).

¡Hay tantas maravillas en una sola ciudad! Valencia no es solo sangría, fiesta, Fallas, discusiones catalán-valenciano y playa (aunque este último, con estos inviernos tan cálidos, es comprensible).

Y si os hablase de la gente... ¡qué decir tiene! Personas agradables, risueñas, impulsivas, llenas de energía... ¡siempre con ánimos para lo que sea! Mismamente, recuerdo haber coincidido con un grupo de falleros en el bus un domingo (sí, falleros... ¡un mes antes de las Fallas!). No os podéis imaginar el buen humor que llevaban: vestidos con un patrón de colores alegres, hasta arriba de silbatos, tambores, botellas, con un repertorio de canciones interminable... ¡y era un autobús urbano como otro cualquiera! ¡Y UN DOMINGO! Mi cara era un verdadero poema. Fue entonces cuando mi compañero me dijo que eso era lo más normal del mundo, que pasa todos los años, y cada día de la semana durante esas fechas (os recuerdo que aún quedaba un mes para las Fallas... ¡un mes!). Personalmente, estuve por unirme a ellos, gritando a pleno pulmón todas sus canciones (advertencia a posibles viajeros: su buen humor es peligrosamente contagioso), pero mi mediocre valenciano de una noche no me lo permitió. Una verdadera lástima... En tan solo diez minutos de trayecto, sacaron la sonrisa a todos los pasajeros, ¡ni el conductor se quejaba apenas del bullicio! Si entré en el bus de buen humor, al salir estaba radiante (¡Ah!, pero qué fácil es ser feliz en esta ciudad...).
¿Qué más puedo decir de estos individuos tan cercanos al Mediterráneo? Se desviven por el arte y la cultura. Sé que no puedo hablar por toda la población, no he tenido el placer de conocer a todos los valencianos (aunque puedo jurar que he chocado con la mayoría). Pero jamás pensé que pudiera existir gente así de interesante. Algo así como... 

-Me gustaría defender la cultura...
-Pues coge el papel y el bolígrafo, y ponte a escribir un poema. Ahora te acompaño yo, que voy a por el micrófono.

¿Cómo? ¿Qué? ¿Dónde? Y sí, antes de darme cuenta, estaba delante de un micrófono recitando un poema que tenía solo dos noches de vida. ¡Lo que yo os diga! Impulsivos, con energía, amantes de la cultura... ¡y siempre de buen humor!

Ahora, abandono esta ciudad con el corazón en un puño, y ojalá tenga la oportunidad de volver a pisarla, de recorrer todas sus calles de un lado a otro, de aprender a esquivar individuos en hora punta, de mejorar mi valenciano, de estar curioseando cada esquina, cada edificio, cada pintada, cada estilo, cada bar, cada placa... Y cómo no, tener la oportunidad de invitar a un par de rondas más a esta gente tan maravillosa que he tenido el placer de conocer.

Viajar es algo de lo que nunca me cansaré.
Fins a la próxima, València!

Manu Riaño

24 de febrero de 2014

Desaculturados

Miradas vacías,
muertas, inexpresivas,
y ya no creen en la vida.
Necesitan que sean otros
los que jueguen la partida.
No estoy enfadado;
estoy molesto...
Pero si Larra
levantase la cabeza,
se cortaría el cuello.
Os dan picos y palas,
las más absurdas ordenanzas,
os prohiben el conocimiento...

Y nosotros queremos conocer.

No lo entienden por las buenas,
¿Sin dinero, no hay saber?
¡Pues que sea por las malas!
Si la poesía ha muerto,
¡Entonces, a vengarla!
¡A ella! ¡A todos sus versos!
¡Que los muertos sean otros!
¡Vamos contra esos cerdos
Que prostituyen antologías,
que descuartizan siglos de esfuerzo,
que hablan de falsa ética y metafísica,
y humillan, deshonran filologías
por un puñado de euros!

Somos la última generación,
la que conoce a Baudelaire,
los últimos con libros de papel
que sabíamos que Orwell tenía razón,
los que aprendimos a creer,
los que sobrevivimos a la extinción.
Lee, imagina, escribe, aprende,
sal, actúa, cree y ¡defiende!
¡Que nos oigan!
¡Que nos oigan todos!
¡Y que tiemblen!
¡Que nos teman, sobre todo!
¡Vamos a por aquellos
que nos toman por inertes!
¡Y sabed, desesperad
entended:
las letras se mantienen!

Manu Riaño

5 de febrero de 2014

Mi primer y último soneto

Como siempre, yo de imbécil, insisto
en joderme y querer volver a verte
risueña, con tu sonrisa adyacente,
sin creer que no compartimos camino.

Ni tú Melibea ni yo fui Calisto,
yo fui un desastre intentando quererte,
tú con ese carácter tan hirviente.
El "te quiero" ya sonaba fingido.

No esperé, emperrado en mi "no pensamos".
Fui impaciente. Ahora que tanto te espero,
dejo todo deshecho e inacabado.

Olvidé dejarte algo bien hecho,
querría dejar atado algún cabo.
Dejo mi primer y último soneto.

Manu Riaño

3 de febrero de 2014

Inventario de proyectos que dejan de ser proyectos

Los proyectos no existen, son insignificantes ideas que podemos tener cualquier día (o noche) y dejamos escritas en un pequeño sector de nuestra subjuntiva imaginación (la del ojalá...). Esas ideas nos acompañarán durante mucho tiempo y, probablemente, irán creciendo poco a poco. Es probable que llegue el momento en que digamos "algún día lo haré"... Entonces, esas ideas pasan a llamarse proyectos. Pero no se engañen, los proyectos no existen. "Proyecto" es solo una palabra que indica que hemos conseguido reunir un mínimo valor para decir que algún día lo haremos; en el fondo es una estupidez. Cuando alguien dice tener un proyecto, no tiene absolutamente nada: puede tener una idea realmente maravillosa, pero no se atreve a llevarla a la realidad. En resumen, ese alguien no tiene nada de nada.

No sean tan incongruentemente estúpidos como el subjuntivo. En esta vida, no debería existir un modo verbal que se comporte como un freno, como un futuro irrealista. No, nuestro mundo necesita gente que se olvide del subjuntivo y que empiece a utilizar el futuro del indicativo. Un lo haré (y para los más atrevidos, el presente del indicativo).
No nos sirve de nada planear algo si no lo vamos a llevar a cabo; nuestra idea inicial evolucionará y mutará en otra completamente distina según pasen los años. Y no, no irá a mejor, será una idea decrépita al no sentir la misma emoción que sentimos al imaginarla en nuestra cama, aquella noche que teníamos los ojos como platos llenos de ilusión.

¡Un proyecto está más que sobrevalorado! ¿Desde cuando necesitamos planos para nuestra imaginación? ¿Y qué pasa si puede salir mal? Hasta la Torre de Pisa terminó por inclinarse en su construcción, y hasta la la Esfinge de Guiza terminó por perder su hermosa nariz al no contar con algo tan obvio como una tormenta de arena, sin importar sus croquis, planos, o lo que narices hayan necesitado (y nunca mejor dicho para nuestra querida Esfinge).
¿Os creéis que los poetas románticos calculaban sus sentimientos? ¿Creéis que Bukowski ordenaba sus ideas? ¿Que Jim Morrison atendía a razones para sus letras?
Proyectos como estupideces... Nadie se acordará de nuestros proyectos ni de nuestras ideas.
Nadie es recordado en este lánguido mundo por las cosas que nunca llegó a hacer. No importa de dónde broten nuestras ideas, importará hacia dónde las dirijamos.

Hablo de algo tan sumamente sencillo y tan difícil de entender... Estoy harto de esas personas que viven en una lista de espera, esperando a ser algo en esta vida por nada y sin saber por qué lo intentan. Sé que no soy la persona más optimista, pero soy la condenada persona a la que están ustedes leyendo. No se consigue nada imaginando; piensen en cada minuto y tarde perdida en su vida y hagan algo con ello. No lo dejen abandonado en algo tan condenadamente devastador como las tormentas de arena de Guiza.

¿Qué narices me quieren decir ustedes con un proyecto? ¿Cómo van ustedes a hablarme de algo que no existe?
Tal vez, y digo tal vez, tendrán ustedes miedo. Recuerdo la primera vez que decidí dejar de creer en proyectos y estupideces derivadas. Tanto miedo por intentarlo y tan increíblemente orgulloso una vez que decidí salir adelante.

Soy suficientemente idealista como para enfadarme y suficientemente mayor como para empezar a sentirme hastiado. Suficientemente idealista como para querer ver cómo cambian todas estas estupideces y dejar de ver esperanzas olvidadas. Estoy aburrido de ver absolutamente todo tan aburrido y monótono.
Intento salvar la vida de todos ustedes, lectores, y solo estoy armado con unas cuantas palabras, párrafos y con la sensación de que algo va mal.
Estoy harto de oír "no", y estoy harto de no saber qué está bien y qué está mal.
Estoy harto de una lucha que no es la mía, pero si algo me queda por gritar antes de declararme harto...

¡Levantad! ¡Dejad de ceder el paso a los días como si vuestra vida fuese mera tristeza! ¡DEJÁOS DE PROYECTOS!

Y escrito esto, me delcaro harto.
¡Harto de príncipes! ¡Harto de dudas! ¡Harto de cobardes! ¡Harto de pseudofilósofos! ¡Harto de aquellos que no saben en qué creer! ¡Harto de consejos racionales! ¡Harto de aquellos que tienen a Bécquer en un altar! ¡Harto de realistas! ¡Harto de aquellos que prefieren esperar! ¡Harto de esquemas! ¡Harto de métodos! ¡Harto de metafísica! ¡Harto de los que han decidido sentarse! ¡Harto de los que creen en la suerte!
¡Harto! ¡Harto! ¡Más que harto! ¡HARTO!

¡Harto de imbéciles, coño!

Manu Riaño
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"¡Coño! ¡Estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente en este mundo? -Álvaro de Campos 

21 de enero de 2014

Incongruente y ligeramente estúpido

Últimamente, he estado leyendo mucho a Álvaro de Campos quejándose de lo estúpida e incongruente que puede ser la vida. Lo he leído tanto que he leído entre líneas, y he leído en sus ojos inexistentes sus arrebatos emocionales (que no lo parece, pero tiene), y cómo le tiemblan las manos cuando escribe un verso con la palabra libre grabada en él, cuando habla de coger un Chevrolet y desaparecer en cualquier carretera lúgubre, cuando se le escapa en una calada un latido de su gélido corazón, y rápidamente lo esconde esparciendo el humo y quemando el ridículo poema que estaba escribiendo.

En el fondo, hace bien. El mundo no debe saber que tenemos sentimientos; de lo contrario, vendrá a por nosotros a recordarnos los sinsentidos a los que debemos buscar soluciones: cuanto más estúpidas sean, mejor.
Pero hoy, sin querer, me he dejado llevar por sus pensamientos dementes. Fíjense hasta qué punto me he dejado engañar, que no me han parecido tan complejos. No tienen sentido, pero los entiendo más que a la vida (y más que a las escaleras de caracol).

Hasta el pobre técnico no entiende el quid de su existencia. Ni siquiera sabe si escribe lo que piensa, y nosotros no leemos lo que nos ha querido decir. Hay veces que al muy desgraciado se le escapa la mirada al mar y deja de ser la máscara realista que es, y ocurre lo que nunca debe ocurrir: piensa, imagina, se pierde. Esa marioneta cobra vida por un momento y se desvía, a pesar de que le empujamos a seguir por el camino que le pertenece. ¿Hacia dónde le dirigimos? Ni nosotros lo sabemos, pero no al mar; eso es demasiado absurdo y romántico para él. Que alguien le gire la cabeza, y que siga cabizbajo y malhumorado por el sendero que le ha sido dibujado (garabateado, me atrevería a decir). Que se deje de ensoñaciones.
Soñar, soñar...

Soñar se ha vuelto una palabra con un significado abstracto y etéreo. Ahora se sueñan irrealismos, utopías, distopías, cambios, ilusiones, anhelos, ansias, codicias, deseos, idealizaciones, recuerdos, evocaciones... 
Ahora, hemos sido educados a entender que un sueño nunca querrá decir una realidad. Debemos tachar esa palabra prohibida de nuestro vocabulario realista y no nombrarla en la vida, si no quermos que nos tomen como la broma que somos. Pero es curioso lo difícil que es evitarlo. Hay días (más bien noches) que nos da por levantar la cabeza de nuestro condenado sendero, mirar hacia delante para ver que no hay nada escrito, girar la cabeza y ver algo similar al mar que veía el señor De Campos. Pero lo olvidaremos, porque las ensoñaciones no están hechas para mantenerse firmes al día siguiente; no perduran, hemos aprendido nos han enseñado a no tener el valor suficiente para tomar una pequeña curva sin miedo a ahogarnos. Cerremos esas puertas: son mentiras. Sigamos recto: nos han prometido una verdad.

Oh, no. Yo no. Sigan ustedes, ya les alcanzaré. Ya os he dicho que hoy me he dejado llevar por los versos del señor De Campos. Querría fijarme un poco en el mar. Creo que esta noche estoy a punto de dar un paso a ese desvío no escrito.

Tal vez, no sea tan mala idea abrir la puerta y buscarse un lugar hacia donde caminar que sea más absurdo que esta vida. Tal vez, ese osado paso cambie la concepción de un sueño. Tal vez, la realidad y el sueño no sean significantes tan lejanos como nos dicen. Pero solo tal vez. No puedo decir más de lo que nos dicen los libros.
Tal vez algún día...

Vaya, otra vez me ha vuelto a pasar... Debería quemar esto...



Manu Riaño.
"La vida y las escaleras de caracol son dos cosas incongruentes y ligeramente estúpidas" -Miguel Mihura