25 de febrero de 2014

Fins a la próxima, València!

¡Feliz semana a todos! ¿Qué os parece una entrada corriente y moliente? No están de más de vez en cuando.
Este fin de semana he hecho un viaje mal preparado y ligeramente caro. Mal por mi parte, soy culpable, lo sé, el dinero no crece en los árboles. Pero puedo prometer que no fue en vano. Todo sea dicho: Valencia es un lugar precioso, agradable y con una historia cultural impresionante que no cabría ni en veinte entradas. Además, hablamos de una ciudad que no entiende de estaciones del año: no importa cuándo vayas, hará un calor terrible (sobre todo, si eres del norte, al igual que un servidor).

Al llegar y pisar el andén de Sant-Isidre, me recibió un cielo despejado y soleado que hace meses que no veo... No está mal, ¡buenos días a ti también, Valencia! Como no, la compañía más agradable que uno puede esperar me recibió y acogió como un amante más de la paella y de las Fallas. He de decir que lo primero que pensé al llegar fue un "tengo que volver a pisar la catedral, ir al museo de arte, echar un buen oído al valenciano...". Vaya, lo que suele pensar alguien de letras. Y, cómo no, ¡viva la improvisación! Lo primero fueron unas cañas bien frías (y bien recibidas por mi garganta norteña).
Luego, como de costumbre en la vida de un estudiante, salir. Salir una noche, salir una tarde, salir dos noches, tres tardes... ¡todas cuantas fueran posibles! Y cada noche (todas cálidas, que aquí nunca hace frío, al parecer), hacer vida social.
Entre caña y caña, disfrutábamos como nadie: charlar, conocernos, reír... sin preocuparnos por el tiempo que empleásemos en cada anécdota y dando exclusiva importancia a la cerveza restante que nos quedaba a cada uno.
"Entonces, ¿cómo se dice esto en valenciano? Pues así. Anda, pues se parece al catalán. Pero la etimología es distinta. ¿Ah, sí? Sí, verás... ¡Anda! ¡Pues en asturiano lo decimos de esta manera, pero en Madrid dicen esta otra! Y así por el norte, y asá por el sur...".
Me parecía increíble. Siempre que convivo con otra lengua, por breve que sea mi estancia, me fascino y pienso en la infinidad de maneras que hay para decir una palabra, para comunicar algo, y cada significado y significante son tan propios de una lengua... Cada palabra tiene su historia, y cada lugar tiene infinidad de palabras. Qué os voy a decir, digan lo que digan, todas las lenguas (sean o no dialectos de otras) me parecen curiosas, hermosas, ricas y originales. ¡Tanto que pretendemos aprender idiomas de otros países y tantas veces que olvidamos todo el legado lingüístico y cultural que tenemos en el nuestro...!
¡Pero no me iré por las ramas!

Seguimos disfrutando de la noche, y tras dar a conocer mi mala costumbre de invitar a todo hijo de vecino a un par de rondas más (con las respectivas quejas de mi cartera), y con un intento de valenciano mediocre recién aprendido, paseamos en zigzag por las calles que separan la ciudad del casco antiguo (en zigzag para ver el contraste de una zona y otra; y bueno... ya os he dicho que invité a un par de rondas más). He de decir que las ciudades bulliciosas no son lo mío; hay demasiada gente. Tuve el placer de chocar con unas cincuenta personas en una sola calle, así que se podría decir que hice bastantes amigos (os aseguro que es imposible pasar ileso...).

Por una parte, y a grandes rasgos, hay cosas realmente curiosas que te sorprenden de la ciudad... Desde tristes carteles anunciando el Partido Falangista Español (el cual creía extinto), hasta librerías que con un "¡Gracias, camarada!" te regalan pequeñas antologías por cualquier compra. Iglesias de varios estilos situadas estratégicamente para poder observar el avance de la historia del arte por la ciudad, museos únicos que no tuve el placer de ver, pinturas callejeras que plasman desde una vanguardia hasta una sátira (y he de decir que siento especial predilección por una de ellas que representa el coche de Carrero Blanco sobrepasando un edificio), y un laaaaaaargo etcétera. Pero Valencia no se queda ahí. ¡Para nada!
La catedral, presumida y coqueta, con alegres cafeterías a su alrededor (aún abiertas al público a altas horas de la noche) para que la gente pueda contemplar su orgullosa portada. 
La Estación Norte, que parece estar siempre llena de energía, a rebosar de vida juvenil desde que abre sus puertas hasta que las cierra (¡incluso más!).
Calles propensas a la vida nocturna, llenas de edificios antiguos y de placas que te cuentan las historias más interesantes (curiosamente, una de ellas citaba el epitafio de Miguel de Unamuno).

¡Hay tantas maravillas en una sola ciudad! Valencia no es solo sangría, fiesta, Fallas, discusiones catalán-valenciano y playa (aunque este último, con estos inviernos tan cálidos, es comprensible).

Y si os hablase de la gente... ¡qué decir tiene! Personas agradables, risueñas, impulsivas, llenas de energía... ¡siempre con ánimos para lo que sea! Mismamente, recuerdo haber coincidido con un grupo de falleros en el bus un domingo (sí, falleros... ¡un mes antes de las Fallas!). No os podéis imaginar el buen humor que llevaban: vestidos con un patrón de colores alegres, hasta arriba de silbatos, tambores, botellas, con un repertorio de canciones interminable... ¡y era un autobús urbano como otro cualquiera! ¡Y UN DOMINGO! Mi cara era un verdadero poema. Fue entonces cuando mi compañero me dijo que eso era lo más normal del mundo, que pasa todos los años, y cada día de la semana durante esas fechas (os recuerdo que aún quedaba un mes para las Fallas... ¡un mes!). Personalmente, estuve por unirme a ellos, gritando a pleno pulmón todas sus canciones (advertencia a posibles viajeros: su buen humor es peligrosamente contagioso), pero mi mediocre valenciano de una noche no me lo permitió. Una verdadera lástima... En tan solo diez minutos de trayecto, sacaron la sonrisa a todos los pasajeros, ¡ni el conductor se quejaba apenas del bullicio! Si entré en el bus de buen humor, al salir estaba radiante (¡Ah!, pero qué fácil es ser feliz en esta ciudad...).
¿Qué más puedo decir de estos individuos tan cercanos al Mediterráneo? Se desviven por el arte y la cultura. Sé que no puedo hablar por toda la población, no he tenido el placer de conocer a todos los valencianos (aunque puedo jurar que he chocado con la mayoría). Pero jamás pensé que pudiera existir gente así de interesante. Algo así como... 

-Me gustaría defender la cultura...
-Pues coge el papel y el bolígrafo, y ponte a escribir un poema. Ahora te acompaño yo, que voy a por el micrófono.

¿Cómo? ¿Qué? ¿Dónde? Y sí, antes de darme cuenta, estaba delante de un micrófono recitando un poema que tenía solo dos noches de vida. ¡Lo que yo os diga! Impulsivos, con energía, amantes de la cultura... ¡y siempre de buen humor!

Ahora, abandono esta ciudad con el corazón en un puño, y ojalá tenga la oportunidad de volver a pisarla, de recorrer todas sus calles de un lado a otro, de aprender a esquivar individuos en hora punta, de mejorar mi valenciano, de estar curioseando cada esquina, cada edificio, cada pintada, cada estilo, cada bar, cada placa... Y cómo no, tener la oportunidad de invitar a un par de rondas más a esta gente tan maravillosa que he tenido el placer de conocer.

Viajar es algo de lo que nunca me cansaré.
Fins a la próxima, València!

Manu Riaño

24 de febrero de 2014

Desaculturados

Miradas vacías,
muertas, inexpresivas,
y ya no creen en la vida.
Necesitan que sean otros
los que jueguen la partida.
No estoy enfadado;
estoy molesto...
Pero si Larra
levantase la cabeza,
se cortaría el cuello.
Os dan picos y palas,
las más absurdas ordenanzas,
os prohiben el conocimiento...

Y nosotros queremos conocer.

No lo entienden por las buenas,
¿Sin dinero, no hay saber?
¡Pues que sea por las malas!
Si la poesía ha muerto,
¡Entonces, a vengarla!
¡A ella! ¡A todos sus versos!
¡Que los muertos sean otros!
¡Vamos contra esos cerdos
Que prostituyen antologías,
que descuartizan siglos de esfuerzo,
que hablan de falsa ética y metafísica,
y humillan, deshonran filologías
por un puñado de euros!

Somos la última generación,
la que conoce a Baudelaire,
los últimos con libros de papel
que sabíamos que Orwell tenía razón,
los que aprendimos a creer,
los que sobrevivimos a la extinción.
Lee, imagina, escribe, aprende,
sal, actúa, cree y ¡defiende!
¡Que nos oigan!
¡Que nos oigan todos!
¡Y que tiemblen!
¡Que nos teman, sobre todo!
¡Vamos a por aquellos
que nos toman por inertes!
¡Y sabed, desesperad
entended:
las letras se mantienen!

Manu Riaño

5 de febrero de 2014

Mi primer y último soneto

Como siempre, yo de imbécil, insisto
en joderme y querer volver a verte
risueña, con tu sonrisa adyacente,
sin creer que no compartimos camino.

Ni tú Melibea ni yo fui Calisto,
yo fui un desastre intentando quererte,
tú con ese carácter tan hirviente.
El "te quiero" ya sonaba fingido.

No esperé, emperrado en mi "no pensamos".
Fui impaciente. Ahora que tanto te espero,
dejo todo deshecho e inacabado.

Olvidé dejarte algo bien hecho,
querría dejar atado algún cabo.
Dejo mi primer y último soneto.

Manu Riaño

3 de febrero de 2014

Inventario de proyectos que dejan de ser proyectos

Los proyectos no existen, son insignificantes ideas que podemos tener cualquier día (o noche) y dejamos escritas en un pequeño sector de nuestra subjuntiva imaginación (la del ojalá...). Esas ideas nos acompañarán durante mucho tiempo y, probablemente, irán creciendo poco a poco. Es probable que llegue el momento en que digamos "algún día lo haré"... Entonces, esas ideas pasan a llamarse proyectos. Pero no se engañen, los proyectos no existen. "Proyecto" es solo una palabra que indica que hemos conseguido reunir un mínimo valor para decir que algún día lo haremos; en el fondo es una estupidez. Cuando alguien dice tener un proyecto, no tiene absolutamente nada: puede tener una idea realmente maravillosa, pero no se atreve a llevarla a la realidad. En resumen, ese alguien no tiene nada de nada.

No sean tan incongruentemente estúpidos como el subjuntivo. En esta vida, no debería existir un modo verbal que se comporte como un freno, como un futuro irrealista. No, nuestro mundo necesita gente que se olvide del subjuntivo y que empiece a utilizar el futuro del indicativo. Un lo haré (y para los más atrevidos, el presente del indicativo).
No nos sirve de nada planear algo si no lo vamos a llevar a cabo; nuestra idea inicial evolucionará y mutará en otra completamente distina según pasen los años. Y no, no irá a mejor, será una idea decrépita al no sentir la misma emoción que sentimos al imaginarla en nuestra cama, aquella noche que teníamos los ojos como platos llenos de ilusión.

¡Un proyecto está más que sobrevalorado! ¿Desde cuando necesitamos planos para nuestra imaginación? ¿Y qué pasa si puede salir mal? Hasta la Torre de Pisa terminó por inclinarse en su construcción, y hasta la la Esfinge de Guiza terminó por perder su hermosa nariz al no contar con algo tan obvio como una tormenta de arena, sin importar sus croquis, planos, o lo que narices hayan necesitado (y nunca mejor dicho para nuestra querida Esfinge).
¿Os creéis que los poetas románticos calculaban sus sentimientos? ¿Creéis que Bukowski ordenaba sus ideas? ¿Que Jim Morrison atendía a razones para sus letras?
Proyectos como estupideces... Nadie se acordará de nuestros proyectos ni de nuestras ideas.
Nadie es recordado en este lánguido mundo por las cosas que nunca llegó a hacer. No importa de dónde broten nuestras ideas, importará hacia dónde las dirijamos.

Hablo de algo tan sumamente sencillo y tan difícil de entender... Estoy harto de esas personas que viven en una lista de espera, esperando a ser algo en esta vida por nada y sin saber por qué lo intentan. Sé que no soy la persona más optimista, pero soy la condenada persona a la que están ustedes leyendo. No se consigue nada imaginando; piensen en cada minuto y tarde perdida en su vida y hagan algo con ello. No lo dejen abandonado en algo tan condenadamente devastador como las tormentas de arena de Guiza.

¿Qué narices me quieren decir ustedes con un proyecto? ¿Cómo van ustedes a hablarme de algo que no existe?
Tal vez, y digo tal vez, tendrán ustedes miedo. Recuerdo la primera vez que decidí dejar de creer en proyectos y estupideces derivadas. Tanto miedo por intentarlo y tan increíblemente orgulloso una vez que decidí salir adelante.

Soy suficientemente idealista como para enfadarme y suficientemente mayor como para empezar a sentirme hastiado. Suficientemente idealista como para querer ver cómo cambian todas estas estupideces y dejar de ver esperanzas olvidadas. Estoy aburrido de ver absolutamente todo tan aburrido y monótono.
Intento salvar la vida de todos ustedes, lectores, y solo estoy armado con unas cuantas palabras, párrafos y con la sensación de que algo va mal.
Estoy harto de oír "no", y estoy harto de no saber qué está bien y qué está mal.
Estoy harto de una lucha que no es la mía, pero si algo me queda por gritar antes de declararme harto...

¡Levantad! ¡Dejad de ceder el paso a los días como si vuestra vida fuese mera tristeza! ¡DEJÁOS DE PROYECTOS!

Y escrito esto, me delcaro harto.
¡Harto de príncipes! ¡Harto de dudas! ¡Harto de cobardes! ¡Harto de pseudofilósofos! ¡Harto de aquellos que no saben en qué creer! ¡Harto de consejos racionales! ¡Harto de aquellos que tienen a Bécquer en un altar! ¡Harto de realistas! ¡Harto de aquellos que prefieren esperar! ¡Harto de esquemas! ¡Harto de métodos! ¡Harto de metafísica! ¡Harto de los que han decidido sentarse! ¡Harto de los que creen en la suerte!
¡Harto! ¡Harto! ¡Más que harto! ¡HARTO!

¡Harto de imbéciles, coño!

Manu Riaño
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"¡Coño! ¡Estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente en este mundo? -Álvaro de Campos