29 de octubre de 2014

La consciencia de lo absurdo

Raramente las jornadas son una victoria. A lo largo de los años se suelen acumular muchas más derrotas que cualquier otra cosa. El día a día se acumula en los hombros y pesa como el plomo. La sonrisa de oro pasa a ser de plata oxidada y a tener sal en las encías. El brillo risueño y juvenil de los ojos se apaga y envejece. El andar se vuelve más airado y pesado. Nos olvidamos de nuestros méritos y triunfos, como si tuviésemos alzhéimer de optimismo, y nuestros engranajes dejan de girar en nuestro cuerpo. Seguro que algún gilipollas nos dirá "¡Alguien se ha levantado con el pie izquierdo!", y algún otro nos dirá que nos faltan vitaminas, que nos tomemos un zumo natural cada mañana, mientras que nosotros nos contenemos para no lanzarle el café de máquina a su cara de idiota. Enfrentarse a la vida nos gasta el estado anímico, y no hay pilas recargables para eso. La compañía se antoja pesada, y las obligaciones desesperantes. Nos vemos incapaces de seguir una conversación sin rechinar los dientes, sentimos que al caminar, una nube negra se cierne sobre nuestras cabezas, como si formásemos parte de esas caricaturas no tan divertidas de los periódicos. Nuestro vocabulario se ve reducido a monosílabos (alguno de ellos no reconocido por la RAE, como meh), la música agobia a nuestros oídos, nuestros músculos se tensan con solo pensar en tomar la iniciativa de algo.
Caminamos hacia la cama como el reo que pasea por el pasillo de la muerte.
Ni siquiera es viernes y ya tenemos otra derrota. Una más.

Y entonces, a mí me revienta una neurona en forma de corte de manga. Siento que la vida me lanza sus obligaciones, sus convinciones, sus "haz esto, haz lo otro", sus penas... y chocan contra una muralla de indiferencia. Le doy la espalda, me arranco la batería a mi estado anímico y mi cabeza entra en coma.
Silencio.

El sonido del tabaco de liar consumiéndose por el fuego en un cigarro mal liado, ese crepitar de las llamas. Ese sonido divino que suena como miles de diminutas burbujas. No. Como miles de pequeñas ideas brotando en forma de humo. Y al abrir la cerveza, ese sonido metálico que parece liberar una pesada carga, y las burbujas de gas escapando a toda prisa, haciéndome cosquillas en los tímpanos para dejarlo todo en silencio, en serenidad. Cada trago resuena por el esófago como una dósis de confianza, optimismo e inspiración. El rasgueo del lápiz contra el papel, como un murmullo que sale del corazón, como una conversación con uno mismo.
Y que todo culmine en un cómodo y satisfactorio suspiro, como si al inspirar me llenase de felicidad, de energía renovable. Y al expirar... ¡Ah!

Es entonces cuando me río del mundo y la vida solo me parece una broma de mal gusto. Una sonrisa irónica mirando al techo con los ojos cerrados y un solo pensamiento:
Hoy he ganado al día.

O por lo menos, hemos quedado en tablas.
Y que le jodan al mañana. Eso ya es otra lucha.


Manu Riaño
Casi siempre lo mejor de la vida consiste en no hacer nada en absoluto, en pasar el tiempo reflexionando, rumiando todo ello. Quiero decir, pongamos que alguien comprende que todo es un absurdo. Entonces no puede ser tan absurdo porque uno es consciente de que es un absurdo y la consciencia de ello es lo que le otorga sentido. ¿Me entienden? Es un pesimismo optimista. -Charles Bukowski