7 de julio de 2013

¡Que viva la poesía romántica!

Muy buenos domingos y feliz verano a todos. ¡Increíble que por fin haya llegado tan esperada estación del año!
Hoy, bien entrado julio, me declaro un hombre libre. Y con libre quiero decir tener la oportunidad de escribir esta entrada en ropa interior, con un inmenso sol entrando por la ventana, disfrutando de alguna que otra brisa aleatoria, y tomando un buen helado semi-derretido de turrón con mi café. ¡Oh! Respirar hondo y que entre un vendaval de buen humor en mis pulmones mientras doy otro sorbo a mi taza. ¡Hoy creo en Dios, como bien diría Bécquer!
Y qué decir tiene, que un domingo así merece ser aprovechado. No sólo este, ¡todos cuantos podamos! No volveremos a ser tan jóvenes como hoy, al fin y al cabo. Así que, en el momento en el que usted, querido lector, termine de leer esta entrada... ¡salga fuera, leñe! ¡Que en nada se nos nubla todo otra vez!

Bien, lectores. Hoy querría dedicar una entrada a los autores románticos. No "románticos" de autores "tiernos y con mucho amor". No. Románticos del siglo XIX que hablan con hipérboles. Y todo empieza con un agradable paseo nocturno...
No hay nada mejor que dar una bocanada de aire en un puerto con la vista perdida en el horizonte marítimo, y mejor si es en medio de una noche en la que la brisa refresca y el cielo estrellado te pilla desprevenido. Son Noches de poesía, si se me permite denominarlas así. No hay mejor momento para pensar que una noche de verano.

Sólo escuchaba el rumor de las olas contra el muro del puerto. Podía oír, si prestaba atención, el crepitar de las minúsculas llamas que reducían a cenizas el cigarrillo. En medio de aquella agradable noche, por alguna razón, el viento decidió traer algo de inspiración consigo. Una agradable inspiración llena de ideas que enseguida invadieron mis pulmones y nublaron mis pensamientos más lógicos (y casi me caigo al mar). En ese caos de ideas, hubo una pregunta que, sin venir a cuento y sin una maldita razón aparente, me encendió la curiosidad, se deslizó por mis arterias, y cuando llegó a la cocotera, no encontré forma de ignorarla.
En ese momento dí por finalizado el sosiego nocturno, y ahora querría preguntar a mis lectores la misma pregunta que se me vino a la cabeza.

¿Qué dirían los románticos del XIX si nos viesen ahora?

Sí, los románticos. Todos aquellos autores que adoraban la noche. Ah, los románticos. Aquellos que tanto lucharon por una verdadera revolución. Los que volcaban su botella contra el papel para escribir. Los que lo decían todo en tan solo unos versos. Los que daban su vida por algo de poesía. Los que añoraban la libertad... ¿Qué fue de ellos? Bueno, supongo que tanto sentimiento acabó ahogándoles. Unos quisieron ser más subjetivos. Otros dejaron para siempre la bebida. Y otros fueron románticos hasta el final, como lo fue Larra.

Pero, ¿sabéis qué creo que harían si nos viesen?
Todos ellos observarían, impotentes y tristes, un mundo realista que no da lugar a las ensoñaciones. Un mundo que busca, ciego, razones para una revolución cuando tienen más que de sobra (y, al fin y al cabo, ¿quién necesita razones para una revolución?). Un mundo donde se dejó de buscar la libertad para dar la espalda a los sentimientos. Donde formar parte del día a día, aferrarse al trabajo, evitar caer en lo antisocial... pasó a ser la "libertad". Y entonces, sentí cómo Espronceda empezaba a gritarme dentro de mi cabeza, frustrado, casi sacudiéndome por los hombros. Tenía ganas de agarrar un barco y huir, de escupir algunos versos, de gritar a todos que la vida es demasiado corta para vivir sin poesía. Que, al fin y al cabo, la única esperanza que le queda a este mundo somos nosotros, los que aún no hemos caído en la trampa de la realidad, a los que se nos enciende de vez en cuando la llama del Romanticismo, a los que aún se nos permite tener sueños: los jóvenes. Y entonces, nos llega ese sentimiento... Cuando nuestras entrañas se contraen y una vaga sensación similar al miedo (el miedo ancestral de separarse y partir, el misterioso recelo a conocer lo nuevo) nos recorre la piel y nos tortura, y todo nuestro cuerpo angustiado siente, como si fuese nuestra propia alma gritando, un inexplicable deseo por sentirnos de otra manera.

Algo ha ido terriblemente mal y son en estos momentos que nos brinda la vida en los que uno se da cuenta. Necesitamos esa libertad, necesitamos tomar esas decisiones que el alma nos pide a gritos, escucharla, darnos cuenta de que los latidos de emoción contenida al hablar de esta libertad ensordecen el silencio.
Necesitamos volver a ser románticos, necesitamos poesía, necesitamos volver a tener ganas de vivir. Y lo necesitamos ya.

¿Qué pensarían los románticos?
Las opiniones son siempre bienvenidas.
¡Feliz domingo a todos!

Manu

3 comentarios:

  1. Mientras leía la entrada sentía como la nostalgia me iba abrigando, mientras continuaba acariciando mi barba pensativo.

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  2. ¡Precioso canto a la vida! Verdaderamente dan ganas de abandonar este infuncional estilo de vida y volver a verlo todo como los antiguos románticos. Un placer disfrutar de unas bonitas líneas siempre.

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  3. Me ha encantado lo que escribiste. Te doy la razon en cuanto a lo que pensarian los romanticos, volvamos el tiempo atras y aprovechemoslo, soñemos!!vivamos!!!

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