12 de enero de 2014

Cómo enamorar hablando en público

Hace unos meses, leí un libro titulado Cómo enamorar hablando en público, de Míchel Suñén. Se trata de una pequeña guía que consta de ocho sencillos pasos para mejorar la oratoria del lector. He de decir que mi discurso mejoró progresivamente tras la lectura de este libro, mis exposiciones se hacían más amenas, con más contenido, y mi entonación era insuperable (modestia aparte). Lo peculiar de este libro es su estructura: está dividido en ocho capítulos en los que en cada uno se cuenta un episodio de la vida de nuestro protagonista, Horacio, intentando enamorar a una mujer mediante una declaración. Al finalizar cada capítulo, se exponen sus errores y las razones de su fracaso (hasta que, como es lógico, en el último capítulo alcanza su meta).
Siendo sincero, no querría hablar del libro, sino de la verdadera práctica de enamorar hablando en público.

Imagináos que llega un momento en el que estáis en la piel de Horacio. La oratoria que tanto tiempo llevais perfeccionando nos va a proporcionar otro uso que no sea aprobar unas simples (o complicadas, mejor dicho) prácticas universitarias. Debeís enamorar, en su más estricto sentido, hablando con voz alta y clara.
Como os explicaría ese libro (y de forma muy resumida), elegir el momento y el lugar es fundamental, y el tema debe interesar al público. Si se cumplen estos tres factores, pasamos al registro, formal o informal, dependiendo de nuestro/s oyente/s. A continuación, dar una amplia respiración llena de confianza y encantar al objetivo durante el tiempo que sea necesario o conveniente.

Puestos en el supuesto (y valga la redundancia), listos para hablar; entonces, justo antes de que podamos completar la primera sílaba, unos ojos se clavan en los nuestros, cortan nuestra voz, garabatean nuestro discurso y hacen temblar nuestra oratoria. Todo a la vez y bien mezclado. ¿Qué hacer?
¿En qué narices debe un ser humano pensar cuando una mirada te corta la respiración? ¿Cómo podemos reaccionar?
Hablando en primera persona del episodio jamás contado de nuestro querido Horacio...

Lo primero que pensé... Nada, no pude pensar nada. Ni pensé. Mi mente quedó más blanca y vacía que los límites del Realismo. No había reacción, una parálisis inminente de mis funciones motoras y nerviosas habían causado el vacío en mi faringe. Todas mis neuronas olvidaron hacer la sinapsis durante un breve segundo para nublarme la cabeza.

Lo segundo, pensé en agarrar mi libro de Cómo enamorar hablando en público, buscar y encontrar a ese condenado Míchel Suñén, agarrarlo por el pescuezo y abofetearle una y otra vez con el libro, por engañarme de esa manera y no advertirme que el inepto de Horacio era una simple marioneta utópica de su guía hacia la oratoria.

Lo tercero... Dios sabe dónde tenía mi cabeza, ni yo sé en qué pensaba. Mi mente estaba más mareada que una resaca de Baudelaire; mis ideas, más divididas que Fernando Pessoa; mis palabras salían como el primer garabato de Apollinaire, y si os hablase de dónde estaban mis ojos en ese momento, os podría decir que se habían perdido en otros que estaban clavados en mí, perplejos y algo impacientes, esperando una reacción, y apuesto que pensando que soy imbécil (y no los culpo, mi cara sí que debía ser un poema surrealista); y para colmo, se asemejaban tanto a las praderas de las que tanto me hablaba Butler Yeats...

Y es entonces cuando te das cuenta de que estás murmurando sinsentidos, que eres como la ebriedad de Bukowski en un patético intento por enamorar. Básicamente, hablando con simpleza, pareces un crío de cinco años pidiendo perdón a sus padres por romper nosequé jarrón de tu tía, entre balbuceos y estupideces.

Eso; eso es lo que ocurre cuando creemos dominar una oratoria dedicada a la razón. Podemos estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, con el tema más oportuno para el público más oportunista, y estar cargados de decisión mientras tomamos aire para hablar alto y claro. Pero, indudablemente, chocaremos. Nos golpearemos estrepitosamente con la pérdida de la razón y la aparición del sentimiento, demostando, una vez más, que la coherencia no es rival para estos. Que nos emborracharán de ideas absurdas que rompen con todos los esquemas que teníamos en mente, tanto en ese momento, como a lo largo de nuestra vida. 

Una guía de cómo enamorar sin estar enamorado... ¡Si es que hay veces que la razón humana llega a absurdos inestimables!
¡Lo que hay que leer! ¡Feliz domingo a todos!

Manu Riaño
____
Demostramos,
una vez más,
que la poesía no nos hace
dueños
de nosotros mismos. 
Demostramos,
una vez más,
que un Romanticismo siempre dará
mil vueltas
a cien Realismos.

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