15 de noviembre de 2014

Y por fin amanecemos

Por fin llega el brillo de razón que entra en tu cuerpo y te despeja la cabeza, como el primer rayo del alba después de una mala noche que te encuentra tirado en mitad de la nada (igual en la calle, en el monte o en una casa ajena). Tal vez sea el peso sobrehumano de la resaca, o que a lo largo de las horas nocturnas, un mecanismo se activó y nos ofreció un tiempo de infinita reflexión. Dejándonos de metáforas, el momento en el que el amanecer nos sabe distinto, cuando parece que por fin nos hemos despertado de un mal sueño y giramos la cabeza para observar el sendero que hemos recorrido a trancas y barrancas... y por fin lo miramos con curiosidad y respondemos con un "Oh... vaya...". Por fin mantenemos la vista desafiante al horizonte y damos un primer paso sobre seguro. Y cada paso, más desinteresado que el anterior, más vivo, con más ganas. La cara reflexiva se torna, poco a poco, en una media sonrisa, y los ojos que tanto tiempo parecían apagados y ligeramente perdidos se prestentan risueños.

Hacía tiempo, demasiado tiempo, que no sabía ni mi procedencia ni mi dirección. La aguja de mi brújula giraba en una ebria confusión. Perdí el norte unas veinte veces (tal vez treinta, pues mis orientaciones métricas y temporales se vieron realmente deterioradas), y el sur otras tantas. Daba vueltas alrededor de una bala perdida en la fuerza centrífuga de mi memoria. Hacía tiempo que no escribía sin que los escalofríos fuesen por placer, sin que el café me supiese menos amargo de lo normal (la verdad, hacía tiempo que no tomaba un café en condiciones). He estado demasiado tiempo creyéndome un simpático Bukowski y hacía tiempo que no me creía Neruda por las noches. Y sí que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que mis dedos bailaron por el mástil de la guitarra, un tanto torpes e impacientes, como el músico que todo el mundo ha soñado ser (he de admitir también que hacía tiempo que no acariciaba las seis cuerdas en condiciones). No recordaba tantas horas llenas de risas entre las sábanas, ni las miradas lejanas en medio del bar, ni algún que otro guiño picaro que tuviese por contestación una sonrisa realmente risueña y agradable. Solía pensar que no llegaría con el corazón en buen estado a ninguna parte, que un par de tajos sanados con alcohol sería lo que me llevaría a la veintena, pero la mentalidad juvenil es lo que tiene (y reconocer la propia ignorancia de una juventud mal escrita no es muy adecuado para alguien a quien le gusta echarse un lustro de más en sus idealismos y pensamientos, por decirlo de alguna manera).

Pero no hablemos de coherencias.

Hablemos de que no es la pereza la que me impide levantarme cada mañana, ni soy yo el que endulza el café matutino, ni tampoco es la hierba de Asturias el verde que más me gusta (ni mucho menos la de Madrid, todo sea dicho). Si tengo insomnio es por tener la estúpida y egocéntrica certeza de que alguien piensa en mí.
Maldita sea, será que tengo la cabeza bien lejos y no hay manera de hacerla bajar.

Juro por Dios que ni un bourbon con tres hielos sabe tan bien como lo hace en otros labios.
Supongo que es hora de empezar a vivir otra vez.

Manu Riaño
«People with no morals often considered themselves more free, but mostly they lacked the ability to feel or love». -Charles Bukowski

No hay comentarios:

Publicar un comentario