2 de agosto de 2013

La actividad física frente a la actividad emocional

Una de las cosas más metafóricamente tristes que puedo llegar a ver es la niebla abalanzándose poco a poco sobre nosotros: monótona, ligera, espesa, rodeándote dulcemente y meciéndote entre sus etéreos brazos, como si quisiera dormirte; hacerte creer que te pesa la respiración, dándote suaves empujones de humedad en la cara y cargándonos los pulmones. Y por mucho que queramos hacer, desembocamos en una actitud somnolienta y casi cabizbaja. Me pregunto si todos nosotros nos sentiremos así cada vez que esta cortina nos separa del resto.
Y ha sido hace un par de noches cuando me he dado cuenta de que llevo días con niebla en la cabeza. Y he descubierto que mi mayor motivación al despertarme, era volver a dormirme. El silencio me estaba dejando sordo, y la soledad me estaba agobiando por su tamaño. Los relojes me miraban con una sonrisa taimada y mi pulso latía indiferentemente. 
Fue cuando, arañando un poco mi estado anímico, encontré las velas de mi inspiración derretidas y sin mecha para encenderlas. Mi vida parecía estar detenida en una enferma monotonía y en una monótona enfermedad. Me dormí en una cama llena de niebla, respirando niebla, sintiendo niebla y pensando en niebla.
Pero hoy al abrir los ojos, me he despertado con la sangre hirviendo, he dado el puñetazo más fuerte que me ha sido posible al reloj más cercano y me he puesto en pie con una llamarada estallándome en el pecho y calentándome cuerpo.

Y todos hemos vivido esa sensación. Viviendo en lo más profundo de la desesperación con una fatiga inexplicable, sin saber qué querer ni qué hacer.
Ese es el momento en el que necesitamos hacer algo, movernos, tener ideas, estar ocupados, estar despiertos. Porque si no nos movemos, si estamos quietos, si pensamos, si no despertamos... caemos en el abismal sueño de las emociones, donde chocamos contra sentimientos que nos rompen y poco a poco nos van oprimiendo el pecho con un abrazo gélido, casi hasta el punto de sentir la mano de la Dama del Alba acariciando nuestro corazón.
Y llegará el día en el que vivamos el incontrolable deseo de levantarnos y darle una oportunidad a la vida, por no pensar, por no sufrir. Debemos empezar a caminar aunque no tengamos destino ni origen. Imaginarnos que el mundo es un cuadro y que nosotros somos un pincel, como si quisiésemos pintar un lienzo que sólo se vea desde la Luna. Caminar, sabiendo que cada paso cicatriza la herida cuyo paradero desconocemos, pero que nos sacude la cabeza, la sentimos en nuestro pecho y hace que nos tiemblen las piernas. 
Movernos, desplazarnos, como si fuesemos muñecos que actúan por inercia, muertos por dentro. Muertos hasta que un día nos paremos y descubramos que la herida ha desaparecido, dejando una cicatriz en forma de recuerdo.
Y hasta entonces, estaremos muertos. Muertos, pero no muriéndonos poco a poco en nuestra tortura. Y entonces, será cuando pensemos todo esto con una sonrisa.

Y hoy, un muerto en una larga senda hacia su recuperación, os saluda sonriente.
Manu.

1 comentario: