25 de agosto de 2013

Todas las cartas de amor son...

Un muy feliz domingo a todos, el único día que no tenéis nada mejor que hacer que echarle ibuprofeno al café y dejaros caer contra el mueble más cómodo o cercano que tengáis (en mi caso, hoy ha sido el armario).
No os voy a mentir, no tengo nada que decir. Me inspiro para inspiraros a vosotros al fin y al cabo, así que escribiré por necesidad. Yo lo necesito, y hoy será de seguido (muy dadaísta todo).

Hay mañanas que me despierto rezando para que llegue la tarde, igual que hay veranos que me quedo esperando algo de lluvia y algo de otoño. Son unos días en los que te despiertas ligeramente mareado, sin saber dónde estás o quién narices eres, te olvidas de cómo funciona tu cuerpo o de cómo levantarte, y al diablo con tu vida.
Olvidas obviedades y te encuentras con que recuerdas estupideces. Odiosas mañanas.
Te recordé a ti (¡qué novedad!). Se me mezclaron los pensamientos y los sentimientos otra vez. Son cosas que pasan. Pero hoy pensé algo realmente gracioso: ¿quién narices eres tú?
Ignoro la respuesta y me es indiferente. Lo que me hizo gracia fue pensar en cómo era yo. Si era, (o fui, vete tú a saber cuánto tiempo ha pasado ya) o pretendía ser. O tal vez, querías que pretendiese ser, o yo quería que así fuera. No sé, podría pasarme la mañana entera pensándolo y la conclusión puede ser tan absurda que ni yo la entendería. Bueno, en verdad yo no suelo entender las cosas. Soy más de interpretar. Interpretar, sí, como quien interpreta una obra de teatro o la moraleja de un cuento. Mira tú, acabo de llegar al quid de mi perdición y sigo sin entender estas mañanas ni saber quién eres.
Escribo esto y me estoy dando cuenta de que parece una carta. Sobre la marcha. Me parece divertido. Precisamente, ayer estuve leyendo las cartas de amor de Pessoa, esas en las que dice "Todas las cartas de amor son, naturalmente, ridículas". Razón no le falta. En una de sus cartas a Ophélia (concretamente, la 36) me acordé de ti. Decía así:

<<No sé lo que quieres que te devuelva -cartas o qué otras cosas.Yo preferiría no devolverte nada y conservar tus cartas como memoria viva de un pasado muerto, como todos los pasados; como una cosa conmovedora en una vida, como la mía, en la que la progresión en los años corre pareja a la progresión en la infelicidad y en la desilusión.

Te pido que no hagas como la gente vulgar, que es siempre insignificante; que no me vuelvas la cara cuando pase a tu lado, ni tengas de mí un recuerdo en el que quepa el rencor. Quedemos, el uno ante el otro, como dos conocidos de la infancia, que se amaron un poco cuando niños, y aunque en su vida adulta sigan otros caminos y tengan otros afectos, conservan para siempre en un chamizo de su alma la memoria profunda de su amor antiguo e inútil>>.

Permíteme hacer una pausa, pues se me ha caído el café mientras escribía esto. Como te decía, razón no le falta, y aquí estoy yo, escribiendo una carta ridícula a un destinatario inexistente, escribiendo como si quisiera dirigirme a alguien, como si quisiera dirigirme a ti. ¿Y quién eres tú? Para que mentir, ni yo lo sé. Probablemente, según firme esta carta, la escribiré en mi portátil, y luego la romperé y la quemaré para que no se vea ni el café, ni el agua salada con la que se manchó.
Y aquí estoy, llegando a un final en el que parece que he escrito sin haber escrito nada, sin una conclusión y, como ya he dicho, sin nada. No soy intérprete, no os voy a sacar las conclusiones yo. Que interprete quien quiera intepretar. Que traduzca quien quiera traducir. Que entienda el que quiera entender.
Escribo por amor a la escritura, y todo escritor necesita una idea. Y yo te tengo a ti, a la mujer del Romanticismo que desaparecía cuando creías tenerla. La que en verdad, no existe.


Manu.

 [Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas]
 -Fernando Pessoa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario